II

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-¡Oh, eres un idiota! ¡¿Acaso eres ciego?! ¡Estás en problemas mocoso inservible!

El grito de Lionel llega a los oídos de todas las personas a su alrededor, las miradas curiosas se dirigen al rubio y al hombre de cara regordeta. El menor tiembla, no se atreve siquiera a despegar la mirada del suelo, no quiere ver el desastre que ha causado ¡pero no fue su culpa! Sólo se tropezó ¡no es como si lo hubiera hecho intencionalmente! por supuesto que no, él nunca haría algo así, menos estando en un lugar como este y mucho menos a un hombre como el que tiene al frente. Lionel, en cambio, tiene millones de ideas de como hacer pagar al "mocoso inservible" porque esto definitivamente no se va a quedar así, no, él no eta dispuesto a permitirlo.

-¡Levántate! ¡Vamos! - grita Lionel limpiándose la camisa con una servilleta de tela - Esto no quedará impune. Pedazo de mie...

-¡Basta, señor Bescherelle! - demanda el azabache, matándolo con la mirada, apretando su puño izquierdo. - Él no tuvo la culpa, fui yo, el chico cayó por mi descuido. No hay necesidad de armar un escándalo ¿no lo cree? En especial viniendo de una persona como usted.

El tono de voz del moreno es inflexible, dura, tenaz. Mira directamente al hombre frente a él, su mirada es penetrante, fría, retadora, recia, severa. Ve como la cara regordeta pasa de estar de un increíble y exagerado color rojo a un tono totalmente pálido. Los ojos verdes se abren más de lo normal cuando cabe en cuenta de todo el drama que esta haciendo, quita la mirada de aquellos ojos mieles para mirar alrededor, observa a las personas viendo la escena que ha formado, se siente extraño, raro, avergonzado, desubicado y eso lo hace enfadar aún más. Pero, por supuesto, tiene una reputación que mantener.

-Tiene mucha razón, Mr. Malik - sonríe cortesmente sin embargo habla como si mordiera cada una de las palabras - No hay necesidad de armar un escándalo ¿verdad? Además si fue usted estoy seguro que fue por pura casualidad...ya sabe...un "descuido". Con permiso, tengo que limpiarme.

Hay un castaño, uno muy atractivo, demasiado, de hermosos ojos verdes, una sonrisa ladeada y de dominante presencia. La mirada clavada en la escena casi frente a él, en especial en el pequeño rubio de ojos azules que esta en el suelo. Mira su cuerpo con detenimiento, se muerde su labio inferior, le gusta lo que ve, observa también las facciones de su rostro, el hermoso sonrojo que tiñe sus mejillas en cantidad. El castaño esta interesado en aquel chico. Sonríe aún más al imaginarse al rubio después de lo sucedido, pues sabe que probablemente se trabaría al hablar, que su cuerpo comenzaría a temblar, que sus bellos ojos azules estarían mirando al suelo y jugaría con sus dedos. Suelta un suspiro combinado con una risa, sí, sin duda alguna le gusta imaginar al rubio así, no le importa que ni siquiera sepa su nombre.

-Wow, ese chico sí que sabe como llamar la atención ¿verdad? - habla el barítono castaño moviendo suavemente su copa de champagne.

Horan se queda estático por un momento, no sabe que hacer, no sabe que decir, su cerebro parece no poder pensar correctamente. Es como si el mundo se hubiera parado, como si solo se escucharan sus latidos desbocados, no lo entiende. Se muerde el labio inferior, se siente inseguro y se siente raro al tener toda la atención puesta en él, se siente mareado por el hecho de que ese hombre lo haya...¿protegido? wow, wow, wow, esperen, paren el mundo otra vez ¿ese hombre lo había defendido? ¿por qué? ¿Qué es lo que está sucediendo?. Siente su cabeza dar vueltas, nunca ha sido bueno cuando toda la atención (en especial de ese numero de personas) es dirigida a él, y mucho menos si es una tan situación embarazosa como lo es esta.

-¿Pretendes levantarte algún día o prefieres seguir tirado en el suelo? - habla la misma voz que antes lo defendió, esta vez seca, indiferente.

Al menor se le ponen los pelos de punta al volver a escuchar esa voz. Vuelve a la realidad, las personas se mueven, algunas dejan de prestarle atención y otras, para su buena suerte muy pocas, siguen mirándolo. Suelta un pequeño jadeo, y sus brazos parecen responderle bien esta vez. Agarra la charola de plata que quedó tirada en algún lugar del suelo junto a él, no levanta las copas pues sabe que alguien vendrá a limpiar el desastre, al menos él piensa que será de esa manera. Se apoya en sus rodillas, que tiemblan cual gelatina, y se levanta, se quita el polvo que le queda en ellas por la caída, no deja de temblar y eso lo avergüenza. Su mirada no se despega del piso.

MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora