H&B

769 50 1
                                    

El seguro de la puerta se deshizo y luego fue empujada. Un molesto ruido se extendió por el pasillo, la sala, la planta baja en general. Pero ellos estaban acostumbrados a eso y al final era como si no emitiera ruido alguno.

Cerró la puerta detrás de sí y entonces luego de girar una especie de manilla sobre la chapa, volvió a sonar el seguro, sólo que esta vez para mantener el saber de una puerta posiblemente difícil de abrir. Sus zapatillas hicieron un leve sonido sobre el piso flotante de un café oscuro y brillante. Similar al barnizado. Otro ruido se unió a escena, descubriéndose luego como las bolsas que llevaba dando golpes contra el lateral de su pantorrilla.

Se detuvo frente a la sala, dado que tenía que pasar frente a ella para dar con la cocina, además de que de todos modos se detendría, dando importancia al cuerpo que estaba sobre la exagerada saliente del marco de la ventana, el que solía ser utilizado por unos maseteros. Los mismos que ya eran inexistentes, seguramente.

La ventana estaba medio abierta y ella lo sabía antes siquiera de pasar la cerca metálica que separaba su casa de la calle. Aquel humo de peculiar aroma salía por la ventana que se encontraba intencionalmente en ese estado.

No hizo más que suspirar, viéndose tentada a presionar la piramidal de su sonrosada nariz gracias al frío del exterior.

—¿Qué hacías fuera de la cama? —ni se sorprendió por su tranquilidad.

—¿Qué haces con ese cigarrillo? —devolvió la pregunta contra todo pronóstico. De cualquier forma, lo conocía desde que eran niños y desde que su vida se fue al carajo, lo conocía aunque a él pareciera fastidiarle en cierta medida.

—Yo he preguntado antes. Responde —frunció ligeramente el ceño, su mirada fija en el paisaje de afuera.

—No tengo nada que contestar, me importa bien poco que te desagrade que despierte antes —dijo.

Finalmente él dejó de mirar a través de la ventana. Estaba sólo con sus boxers oscuros y a ella le daba frío de sólo verlo así, junto a la ventana abierta, a las diez de la mañana. Se quitó el tabaco de los labios y lo extendió fuera, sacando su mano y muñeca de la alarmada calidez de la casa. Por lo menos era considerado, no dejando que todo el humo se quedara dentro.

—Siendo así, a mí me importa bien poco que te desagrade el que fume. Natsu lo hacía y nunca te vi quejándote —endureció la mirada.

—Natsu se daba el trabajo de por lo menos no hacerlo frente a mí. Tú sólo te das el trabajo de pasarte mis quejas por el culo —replicó.

Él soltó un bufido, como siempre, divirtiéndose en situaciones como esas. Siempre, pareciéndole entretenidas las reacciones de aquella chica, enojada. Y su mala lengua a la hora de hablar en la que se transformaba, sinceramente no le sorprendía que terminaran uno encima o delante del otro, dependiendo el caso.

A pesar de todo, nunca logró sentirse culpable al recordar a Natsu y luego mirarla a ella.
¿Por qué iba a hacerlo, de todos modos? El que alguna vez fue su amigo ya no existía. ¿Por qué seguir cogiendo con las manos ese lazo? Era desagradable que el otro extremo estuviera entre los huesos de un cadáver, a su manera de ver.

Todo tomando siempre un rumbo similar. Incluso sucediendo así con su propio padre.

—Y sin embargo tu vida era más aburrida junto a él.

Ella ya se había dado la vuelta, ignorando el silencio que él se había tomado para seguir con lo suyo. Pero aquellas palabras salieron de sus labios.

—No lo era.

Él rió por lo que consideraba, una ocurrencia. Los dos siempre se equivocaban, sin embargo la que más lo hacía era ella, y terminaba siendo tan humillante como si él siempre hubiera tenido la razón.

—Nunca te quejas del gusto del cigarrillo en mi boca. Y raya en lo divertido que tus gritos son más fuertes cuando todo empieza por esto —le mostró la colilla, ya a punto de llegar al tope.

—... ¿Por qué a pesar de todo no aceptas que sigues siendo el mismo Gray de antes?

—No sé de qué hablas —esta vez fue él quien se tensó—. El Gray de antes murió con Silver, Ur, Lyon y Ultear. Incluso con Erza.

La expresión de la mujer no cambió en lo más mínimo de manera degradante. Es más, hasta llegó a sonreír.

—Sigues empeñándote en demostrar que no pasa nada con eso. Que no duele. Pero por eso te desagrada tanto la navidad, aún cuando antes llegabas a sonrojarte cuando te hacía un regalo. Si no te doliera y diera igual, no te darías la molestia de nombrarlos.

Gray frunció el ceño.

—Aunque esperaba que nombraras a Natsu primero, con lo dolido que estás con él —alzó la barbilla, haciéndole saber que debía rendirse.

Pero él gruñó con fastidio, no enteramente por sus palabras.

—No somos nada y sin embargo muero por besarte.

La descolocó. Siempre lograba hacerlo, obligándola a perder.

—Realmente no sé cómo Natsu te aguantaba. Eres más deseable cuando cierras la boca.

Ella negó con la cabeza. Luego no pudo evitar sonreír.

—Sabes que quisiste decir que soy más deseable cuando tú tienes que cerrarme la boca.

Porque siempre era así. Ella alegando por los cigarrillos que siempre llevaba con él. Ella echándole en cara las cosas e intentando que analizara sus actitudes y las aceptara. Aunque siempre intentando que las aceptara, no por nada se la pasaba con esos malditos cigarrillos, ya consciente de la razón de sus desagrados. Y entonces terminaban con él siempre callándola. Siempre intentando despistarla y siempre intentando que se quedara en la cama. Reacio a despertar completamente solo, como si ella nunca hubiera existido. Y ella siempre haciéndolo con la intención de que dejara de ser un crío asustado.

Empero esta vez, él en completo silencio. Conocía a Lucy, y el odiaba interrumpir a las personas. A pesar de eso, ella tardó mucho, y él ya no se sintió dispuesto a esperar.

—Deberías pedirle a Santa una buena porción de modestia —se burló sin reales ganas.

Ella alzó las cejas, sin sorpresa, más preguntándose por qué, sin saber qué respuesta esperaba que su subconsciente le diera. Para nada relacionado con el último comentario de Gray.

—Feliz navidad, nunca puedes tenerlo todo.

Se refirió a todo y a nada. Respondiendo hasta sus burlonas palabras. Queriendo y sin querer a la vez responder el propio por qué que rondaba la mente del moreno, incluso desde que lo viera al lado de la ventana nada más entrar.

Y se fue, no esperando alguna contestación, dirigiéndose a la cocina.

—Feliz navidad, tú sí pudiste tenerlo todo en la vida.

Porque ella sólo estaba preparándolo para cuando la perdiera.


Una vida juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora