Capítulo 11: Lo hago por tu bien

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-Sostente bien –dijo la voz de Jack a sus espaldas.

Christian cerró los ojos y apretó los dientes de antemano antes de que el impacto del cinturón se diera contra sus nalgas. Lo peor era que casi agradecía que podía tener esas oportunidades para salir de la cama, incluso si se trataba de para eso, porque al menos le da una oportunidad de estirar los miembros cómodamente y devolverle la sensibilidad a su cuerpo. Sólo le gustaría que no volviera a sentir para recibir el dolor que el joven quería darle. Estaba arrodillado sobre la cama y sus manos se extendían estaban extendidas hacia las barras de hierro de la ventana. Christian movió hacia arriba y abajo sus muñecas, unidas por esas muñecas de cuero con el cual el muchacho solía mantenerlo unido a la cama y los dos pegados juntos con cinta adhesiva mientras sus cadenas rodeaban la barra.

No podía escapar. No podía peLeilar. Ya lo había intentado y lo único que consiguió fue recibir la corriente eléctrica enviada por un taser que Jack siempre se aseguraba de mantener cerca de él. Antes de desatarlo de los postes de la cama, el joven le aplicaba ese hilo de chispas blancas por un segundo y desde ese punto, que generalmente era su tobillo, una violenta corriente eléctrica escalaba como un demonio por todos sus nervios, sacudiéndolos todos un segundo hasta que Christian claramente era consciente de que ya no era dueño de su cuerpo antes de que una oscuridad diferente a la que estuviera acostumbrado apagara todas las luces en su cabeza, dejándolo convertido en una muñeca inofensiva de carne a la que el muchacho, desde luego, podía manejar a placer sin sufrir las consecuencias de su ira por ponerle tan incómodo.

Apenas se despertó la primera vez, encontrándose en esa nueva posición en la que ahora estaba, Jack le había informado que era una especie de taser especial. Si lo usaba una vez y lo mantenía cargado podía dejarlo paralizado todas las veces que quisiera en el transcurso de unas ocho horas, pero si dejaba a la punta transmisora apretar en su piel por mucho más tiempo del recomendado eso podía llegar a detenerle el corazón para siempre. Posiblemente también causarle daños cerebrales, no tenía idea, pero sin duda que no era un juguete con el que cualquiera de los dos podía empezar a no tomarse a en serio, eso estaba claro.

De modo que Christian tenía que quedarse quieto o moverse, ni bien se hallaba capaz nuevamente de hacerlo, a orden del muchacho. Un vistazo le hizo saber al hombre que Jack no sólo tenía un largo cinturón de cuerpo en una mano sino de que en la otra llevaba lista la maldita arma con el pulgar ya presionando encima del botón en caso de cualquier contingencia. No tenía otra opción.

-Eleva esas caderas para mí, padre, anda –le impulsó Jack y por su tono de voz estaba demasiado claro que estaba teniendo el momento de su vida.

Su hijo había resultado un verdadero sadomasoquista. La manzana podrida no había caído lejos del árbol. Ni siquiera había caído del árbol. Seguía ahí, orgullosa y obstinada, abrazada a la rama y absorbiendo todo lo que podía desde ahí. Si intentara contar todas las veces en las que había pronunciado una frase parecida mientras mantenía a Jack en una posición similar, rápidamente perdería la cuenta. La única gran diferencia, aparte de la obvia respecto a quién se lo hacía a quién, era que Jack por lo menos lo disfrutaba entonces.

Eso era un castigo. Eso era el infierno.

Todavía temblando de incontenible rabia, Christian reafirmó su balance sobre sus rodillas y acabó aferrándose al borde de la ventana con sus dedos lo mejor que podía. Como última preparación, bajó la cabeza. Odiaba la sensación quemante al fondo de su cráneo gritándole que no podía permitir que ese jodido malcriado lo tratara de esa manera, planeando todas las diferentes maneras en que podría librarse de esa situación y en qué manera especialmente cruel y sádica podría cumplir su venganza sobre ese muchacho que se había creído más listo que él.

Sugar DaddyWhere stories live. Discover now