George camina lentamente a casa Liz, no está listo; jamás lo estará, pero es ahora o nunca.
Con la respiración agitada toca el timbre de la puerta, es la madre de Liz quien la abre. Y siente como el corazón le da un vuelco.
La señora le deja pasar con una enorme sonrisa y le informa que Liz está con Amelia en su habitación. George se sorprende, aunque no dice nada más. Sabía que iban a perdonarse, tarde o temprano, como cualquier amistad verdadera lo haría, así hubiera sido la falta más atroz.
Sube las escaleras con cuidado de no hacer ruido y delicadamente, posa su oído para oír lo que las chicas dicen.Liz: —Algo va mal con George.
Amelia: —Aún no sé si sea buena idea tocar ese tema.
Liz: —No, no lo digo por eso. Además, necesito tu consejo. En serio siento que algo va mal.
No puede escuchar más sin que su alma se rompa. Da unos suaves golpes en la puerta de la alcoba, logrando que ambas chicas se sobresalten.
George: —Me alegro que sean amigas, de nuevo.
Liz: —Yo también.— Mira de reojo a la chica a su lado y sonríe.
Amelia: —Igual que yo.— Susurra con una enorme sonrisa.
George: —Bien. Amelia, tengo que decirle algo a Liz. ¿Podrías dejarnos?
Amelia se retira, mirando expectante a la pareja.
Liz: —¿Qué es?
George: —Me iré. Mi papá va a ser trasladado por su trabajo, muy lejos de aquí. Te pediría que sigamos juntos, que la distancia no podrá con nosotros, pero no puedo, es egoísta y probablemente, una mentira.
Liz: —Podríamos intentarlo, en verdad.— Balbucea, sin dar crédito a lo que escucha, tomando de las manos al chico de sus sueños.
George: —No, Liz. Te dejo libre, sin ataduras. Para que seas feliz con quien desees.