Capítulo 9: Agonía.

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Agonía. Así de simple. En aquel estado se encontraba el pobre Clifford Burmeister que comenzaba a ahogarse allí dentro, tosía y tosía por culpa del gas que no dejaba de emanar, olía muy mal y comenzaba a debilitarse, sin embargo, eso no era motivo para que cesara sus gritos desgarradores que exigían de manera desesperada algo de ayuda.

La cosa parecía mejorar pero no, sólo empeoró.

James Hemmer, desesperado, al igual que la actual víctima, no esperaba que hubiera tanto viento ese día. Abrió la puerta como pudo y entró, sin importar nada, vio a su compañero debilitado que deliraba entre sollozos agónicos, se dirigió hacia él, se dedicaron una sonrisa mutua y a su vez forzada.

Eso se esfumó cuando la puerta volvió a cerrarse de golpe por el viento. Hemmer corrió desesperado con los ojos tan abiertos que estaban a punto de salirse de sus cuencas, trató de abrir la puerta como pudo, hasta que se rindió al oír:

- ¡No tiene sentido, no hay escapatoria! -chilló entre jadeos el castaño- ¡Moriremos, hombre, moriremos!

- ¡No! -el rubio tras gritar eso, se sobó la garganta por un agudo dolor que sintió.

Los minutos pasaban y ambos gritaban desesperados, sintiéndose drogados por aspirar aquel gas mortífero que además, no era el más fuerte de todos los demás. Comenzaban a rasguñar las paredes que alguna vez el castaño acarició por curiosidad, rasguñan en pánico y horror absoluto, con la vaga esperanza que así el metal colapsaría y pudieran salir, que lograrían romper los muros con algo tan torpe como lo era rasguñar.

Estaban pagando por el mal que alguna vez cometieron... en muchísimas ocasiones. Desde la Guerra Civil Española a contribuir en este Campo de Concentración, estaban pagando por tanta crueldad, se lo merecían de cierta forma. Comenzaron a lamentarse, a arrepentirse de todos sus pecados, rezaron como pudieron por algo de esperanza, se sintieron mal por no ser lo que sus padres esperaban de ellos. Vieron sus vidas pasar frente a sus ojos hasta que perdieron la consciencia por completo a un punto en que perecieron.

A los jefes les pareció extraño que una cámara de gas estuviera accionada y que se haya registrado a ningún judío entrando allí, ni que estuviera Hemmer en su puesto de trabajo, de hace horas que lo perdieron de vista a él y a Burmeister, sobretodo a Clifford que de hace un día o dos que no realizaba correctamente su trabajo, le buscaban para despedirle y...

La sorpresa fue tremenda que los hayan pillado a los dos, ya muertos. Obviamente, se dieron el tiempo de accionar todos los gases mortíferos de esa cámara, y luego un equipo con trajes especiales entró para sacar los cadáveres.

El escándalo fue de proporciones bíblicas, se trataba del primer accidente fatal de este tipo en todos los campos de concentración nazis que existían por aquel entonces, nadie sabía, nadie no tenía idea de cómo pudo causarse ese percance. Ahora quedaban tres trabajadores infiltrados con vida.

Uno que está cien por ciento dependiente de las sustancias químicas inyectables como la Morfina. Otro que está en enfermería a causa de una explosión, con el cerebro lavado y con mentalidad de sólo querer matar. Mientras que...

Vaya, hemos relatado la vida de todos menos la de el menor de ellos. Lars Urlacher, hacía como si nada, pero por dentro no dejaba de temblar de miedo por el ambiente, más de alguna vez tuvo que fingir estar enfermo para poder encerrarse en alguna habitación a llorar, se rehusaba a verse como un blandengue en público, odiaba tener que estar perdiendo a gente tan importante para él en su vida como lo eran sus compañeros asesinos. Por dentro se moría de a poco, no sabía si iba a aguantar o quedaría igual que Friedman: quemado en la hoguera y abucheado por todo el mundo.

Take no prisoners? TAKE NO SHIT! (Metallica, Megadeth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora