ANTIFAZ

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Aquella no era una noche cualquiera;
muchos recuerdos golpeaban mi mente,
haciendo que sutilmente yo muriera.
Miraba al viento soplar impaciente,
hasta él sabía que no existía manera
de seguir nadando contra corriente.

«¿En dónde están todas sus promesas?»
Susurró en mi espíritu la voz del olvido.
Quizás cumplía alguna condena,
o tal vez era hora de dejar ir al niño,
aquel que mantenía atado con cadenas
prisionero en lo profundo de mí mismo.

Ella no merecía ver caer mis lágrimas,
ni su recuerdo pasar tanto por mi mente.
Tal vez era hora de quitarme el antifaz
y de bailar encima de la arena caliente.
De demostrarle a la vida que era capaz
de encenderme como fuego ardiente.

Aquella noche logré entender al viento:
a cruzar el desierto con pies descalzos,
a levantarme con un nuevo aliento,
a impedir que mis sueños fueran escasos.
Esa noche aprendí a caminar más lento,
pues vivir consiste en disfrutar cada paso.

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