Valentía

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Valentía

 

Unas suaves pisadas se aproximaron a la puerta del aula, pocos hombres prestándole atención y muchas chicas más sin poder desviar la mirada de aquel estudiante. Se sabía que Tom Harrison era atractivo, lo suficiente para despertar la curiosidad de las depredadoras más letales, tales como Sandy, Nancy y otras más, completamente dispuestas a abrirse las blusas con tal de llamar la atención. Sin embargo, a quién más parecía intrigarle el joven era a Angie, que todavía no llegaba a comprender el intachable comportamiento y responsabilidad que mantuvo en todo ese tiempo. 

Tom sonrió amablemente a todos aquellos que le daban los buenos días, correspondiendo a cada uno de ellos con la misma alegría.

— ¿Cómo es que siempre está feliz? —dijo Angie en voz baja, entre alucinada y frustrada.

—Oye, es cierto—coincidió Rachel—Ahora que lo veo nunca lo he visto molesto.

—Es tan…injusto—soltó la melliza luego de un rato.

Ambas ladearon la cabeza y le siguieron con la vista cuando Tom pasó cerca de ellas, saludándolas cortésmente. Ya que curiosidad le llenaba la mente, Angie caminó hacia él, preparándose para descubrir ese extraño interés que la embargaba cada vez que lo miraba y el por qué no aparecían esas mariposas en su estómago, aquellas que todo el mundo mencionaba y que ella desconocía.

Al mismo tiempo en que el chico se sentó Angie lo hizo también en el asiento de al lado sin importarle a quién estuviera quitándole el lugar.  

— ¡Hey, Tom! —Le sonrió juguetona—Oye, no te vi en la fiesta que Halloween. Hiciste falta.

Tom sonrió de modo tímido, exponiendo parte de su dentadura.

—Sí, verás…es que tengo prohibido ir a ese tipo de fiestas—murmuró.

Angeline frunció el ceño, más intrigada. 

— ¿Ese tipo de fiestas?

—Sí. Fue Halloween, y para unos padres muy religiosos no creo que eso sea motivo de celebración—al ver a Angie aun confundida, continuó—Toda mi familia es cristiana y muy devota por cierto, me han criado de esa manera toda mi vida y creo que lo mejor es continuar así. Mi intensión no es incomodarlos, pero digamos que no puedo hacer ciertas cosas que muchas personas consideran normales—explicó cohibido.

Entonces fue cuando Angie comprendió todo. Su admirable carácter, su impecable conducta y esos lápices de punta perfecta que desde el primer día hasta ese momento seguían siendo los mismos. Todo eso era gracias a su religión y a esa estricta educación que había recibido.

Aun así, Angie hizo una mueca con sus labios. Ahora le parecía injusto que tuviera que vivir de esa forma tan restringida, pendiente cada segundo de sus palabras y de sus acciones.

Deseaba que se divirtiera. Entonces, le ayudaría a hacerlo.

— ¿Sabes? Has sido muy bueno desde que llegaste aquí, creo que hacer un pecado de vez en cuando no hace daño—sonrió abiertamente, pero al ver el semblante casi asustado de Tom, se arrepintió de comentarle sus planes—No es cierto, es una broma. ¡Oye! Pero qué te parece ir por un helado el viernes ¿No te prohibirás eso, o sí?

Tom negó contento, un poco de distracción no le vendría nada más. Sin embargo, desconocía a la verdadera Angie, y ese atrevido comportamiento que llamaba diversión.

—Perfecto. Nos divertiremos—le giñó el ojo y se dirigió a su asiento mientras pasaban las eternas clases.

La bizarra familia ClarksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora