IV

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Una lluvia fina y helada se abatía sobre las calles mientras el coche atravesaba las oscuras avenidas de Nueva York hacia el edificio de la Policía.

—Puede usted ponerse en su lugar —dijo uno de los hombres a Anderton—. Si usted estuviese en su puesto habría actuado de igual forma.

Pensativo y resentido, Anderton se mantenía callado mirando hacia adelante.

—De cualquier forma —continuó aquel hombre— usted sólo es uno entre muchos más. Miles de personas han ido a parar a esos campos de detención. No se encontrará solo.

Abrumado por las circunstancias, Anderton miraba a los transeúntes apresurándose a lo largo de las aceras mojadas por la lluvia. Sólo se daba cuenta de la tremenda fatiga que sentía. Mecánicamente iba comprobando los números de las casas calculando la proximidad a la estación de Policía.

—Ese Witwer se ve que sabe aprovechar las oportunidades y sacar ventaja de cualquiera de ellas —observó uno de los hombres—. ¿Le conoce usted?

—Muy poco.

—Deseaba su puesto... y por eso ha conspirado contra usted. ¿Está usted seguro?

—¿Importa mucho eso ahora? —repuso Anderton con un gesto.

—Era por pura curiosidad. —Y el hombre suspiró lánguidamente—. Entonces, ahora es usted el ex Comisario jefe de la Policía. La gente que se encuentra en esos campos estará deseando verle. Y conocer cómo es su cara.

—Sin duda.

—Witwer seguramente no perderá el tiempo. Kaplan tiene suerte... con un personaje así al frente de la policía. —Y el hombre miró a Anderton casi con lástima—. Pero usted está seguro que sea un complot, ¿verdad?

—Por supuesto que sí.

—¿No habría usted tocado ni un solo cabello de Kaplan, verdad? Por primera vez en la historia, el Precrimen se ha equivocado. Un hombre inocente perseguido por culpa de una de esas fichas... Tal vez haya muchas otras personas inocentes, ¿no es verdad?

—Es muy posible —repuso Anderton.

—Tal vez la totalidad de ese sistema se venga abajo. Seguramente usted no va a cometer ningún crimen... y tal vez ninguno de los otros tampoco. ¿Es ésa la razón por la que dijo a Kaplan que quería marcharse? ¿Deseaba usted probar tal vez que el sistema es falso? Sepa que soy un hombre de amplia mentalidad si quiere hablarme de ello.

Otro de los hombres se inclinó sobre él y preguntó:

—Entre usted y yo, ¿existe realmente algún complot? ¿Ha sido usted falsamente acusado?

Anderton suspiró. Hasta tal punto vacilaba en su interior. Tal vez se hallaba atrapado en un circuito sin salida, sin motivo, sin principio y sin fin. De hecho, estaba casi dispuesto a conceder que era la víctima de una fantasía neurótica, excitada por la creciente inseguridad que le rodeaba. Sin lucha, estaba a punto de renunciar a todo. Un enorme peso le aplastaba dejándole sofocado y sin energías para nada. Estaba luchando contra algo imposible... y todas las cartas estaban en su contra.

Un repentino chirrido de los neumáticos le llamó la atención. Frenéticamente el conductor trataba de controlar el coche en aquel momento, dando golpes de volante y usando el freno, al mismo tiempo que un enorme camión cargado de pan, surgido de la niebla, se le venía encima. De haber acelerado, tal vez habría salvado la situación. Pero era demasiado tarde para corregir el error. El coche patinó, y dio unos bandazos para ir a estrellarse contra la delantera del camión.

Bajo Anderton, el asiento actuó como un resorte empujándole hacia la puerta. Sintió un dolor súbito e intolerable en el cerebro como si fuera a estallarle, encontrándose de rodillas sobre el pavimento. Cerca de él creyó oír el crepitar de unas llamas y unas fajas de luz serpentear entre la niebla dirigiéndose hacia el coche.

Unas manos acudieron en su ayuda. Poco a poco se dio cuenta que iba siendo arrastrado lejos del automóvil.

A lo lejos se oían las sirenas de los coches de patrulla.

—Vivirá usted —dijo una voz en su oído, en tono quedo y urgente. Era una voz que jamás había oído antes y le resultaba tan extraña como la lluvia que le batía el rostro—. ¿Puede oír lo que le estoy diciendo?

—Sí —repuso Anderton. Con la manga acudió en auxilio de un corte que ya le sangraba abundantemente de la mejilla. Confuso, trató de orientarse¾. Usted no es...

—Deje de hablar y escuche. —El hombre que le hablaba era un tipo fornido, casi obeso. Sus enormes manos le sostenían ahora fuera de la calzada y contra la pared de ladrillo de una calle adyacente, lejos del fuego y del coche—. Tuvimos que hacerlo de esta forma. Era la única alternativa. No tuvimos mucho tiempo disponible. Creíamos que Kaplan le retendría en su residencia por más tiempo.

—Entonces, ¿esto ha sido preparado previamente? —preguntó Anderton parpadeando en su enorme confusión.

—Desde luego. —Y aquel hombretón soltó un juramento—. ¿Quiere usted decir que también ellos creían...?

—Yo pensé... —comenzó a decir Anderton y se detuvo al darse cuenta que encontraba dificultades al hablar, uno de los dientes frontales lo había perdido en el accidente—. La hostilidad hacia Witwer... sentirme reemplazado, y luego mi esposa... el resentimiento natural...

—Deje de engañarse a sí mismo —le interrumpió el desconocido—. Lo sabe usted muy bien. Todo el asunto fue calculado meticulosamente. Tenían cada fase bajo control. La ficha fue colocada el día en que Witwer apareció. Y ya tienen cuanto desean. Witwer comisario y usted un criminal perseguido.

—¿Quién está detrás de todo esto?

—Su esposa.

Anderton sacudió la cabeza.

—¿Está usted seguro?

Aquel individuo se puso a reír.

—Puede apostar por su esposa. —Miró rápidamente a su alrededor—. Aquí viene la policía. Siga por esa calle estrecha, tome un autobús, y diríjase al barrio pobre de los suburbios, alquile una habitación y cómprese un puñado de revistas para tener algo en que estar ocupado. Ah, cómprese otras ropas. Es usted lo suficientemente listo como para ocuparse de sí mismo. No trate de salir de la Tierra. Controlan todos los sistemas de transporte. Si consigue escapar durante los próximos siete días estará usted salvado.

—¿Quién es usted? —preguntó Anderton.

—Mi nombre es Fleming.

Aquel hombre se apartó y con cuidado comenzó a andar por la estrecha calle fuera de las luces. El primer coche de la policía ya había llegado a la calzada y sus ocupantes se lanzaron sobre el destrozado coche de Kaplan. En el interior, los ocupantes se movían débilmente comenzando a gemir dolorosamente a través de la maraña de acero, cristales y plástico bajo la lluvia.

—Considérenos como una sociedad protectora —dijo Fleming sin ninguna expresión especial en su rostro mojado por la lluvia—. Una especie de fuerza de policía que vigila a la policía. Queremos que las cosas marchen como deben.

Con su enorme manaza le dio un empujón hacia el interior del callejón. Anderton se sintió lanzado lejos de él, estando a punto de caer en medio de las sombras y escombros que medio llenaban aquella callejuela.

—Siga y no se detenga —le repitió Fleming—. Y no desprecie este paquete. —Y le arrojó un abultado sobre que Anderton recogió—. Estudie eso con cuidado y creo que podrá sobrevivir.


El Informe de la Minoría - Philip K. DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora