VI

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Entre el mediodía y la una de la tarde, las calles hormigueaban de gente. Eligió esa hora, en el momento de más tráfico del día, para hacer su llamada. Eligió una cabina telefónica pública del interior de una tienda, marcó el número tan familiar de la policía y esperó la respuesta. Deliberadamente seleccionó sólo el canal del sonido, descartando el de la imagen, pues a despecho del cambio sufrido por las ropas y su atuendo general, podía ser reconocido.

La persona que recibió la llamada era nueva para Anderton. Con precaución deliberada, le dio la extensión de Page. Si Witwer estaba cambiando todo el personal y poniendo en su lugar a sus satélites, podría hallarse hablando con una persona totalmente extraña.

—¿Sí? —sonó la voz de Page, al fin.

Sintiéndose aliviado, Anderton miró a su alrededor. Nadie estaba dedicándole la menor atención, los clientes de la tienda merodeaban alrededor de las mercancías en su rutina diaria.

—¿Puede usted hablar? —preguntó—. ¿O hay algo cerca que se lo impide?

Se produjo un momento de silencio. Tuvo la certeza de estar viendo al propio Page luchar con la incertidumbre de lo que tenía que hacer en aquel momento. Por fin, llegó la respuesta:

—¿Por qué... me llama usted aquí?

Ignorando la pregunta, Anderton continuó:

—No reconocí la voz del recepcionista. ¿Hay nuevo personal?

—Sí, de nueva marca —repuso Page con voz ahogada—. Tenemos grandes cambios estos días.

—Así lo tengo entendido —repuso Anderton—. ¿Y su trabajo? ¿Continúa todavía en pie?

—Espere un momento. —El receptor fue puesto de forma que unos pasos que se aproximaban llegasen claramente a oídos de Anderton. Fueron seguidos por el ruido de una puerta que se cerraba. Page volvió al teléfono—. Ahora podemos hablar mejor. Dígame.

—¿Cuánto mejor?

—No mucho. ¿Dónde está usted?

—Paseando por el Central Park —repuso Anderton—. Disfrutando de la luz del sol. —Por lo que había supuesto, Page había ido a asegurarse que la conversación se registrase en cinta magnetofónica. En aquel momento, con toda seguridad, una patrulla aérea estaría ya en su busca. Pero no tenía más remedio que aprovechar aquella oportunidad—. Ahora trabajo en un nuevo oficio. Soy electricista.

—¿Ah, sí? —repuso Page asombrado.

—Pensé que tendría usted algún trabajo para mí. Si puede usted arreglarlo, podría dejarme caer por ahí y examinar el equipo básico de computación. Especialmente los datos y los bancos analíticos del bloque de los monos.

Tras una pausa, Page contestó:

—Pues... creo que podría arreglarse, si es tan importante para usted.

—Lo es —le aseguró Anderton—. ¿Cuándo sería mejor para usted?

—Bien —contestó Page como luchando consigo mismo—. Espero a un equipo de reparaciones que viene a echar un vistazo al equipo de comunicaciones. El comisario en funciones quiere que sea mejorado, para que pueda operar con mayor rapidez. Podría usted venir entonces.

—Lo haré. ¿Hacia qué hora?

—Digamos a las cuatro de la tarde en punto. Entrada B, nivel 6. Allí... le encontraré a usted.

—Muy bien, gracias —dijo Anderton y comenzó ya a colgar—. Espero que todavía esté usted en su puesto cuando llegue.

Colgó y salió rápidamente de la cabina. Un momento después, se hallaba mezclado con la ingente muchedumbre que atestaba las calles y entró en una cafetería próxima. Nadie podría localizarle allí. Tenía por delante una espera de tres horas y media. Aquello podría ser demasiado tiempo. Sería la espera más larga de toda su vida.

El Informe de la Minoría - Philip K. DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora