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La carta de identidad le describía como Ernest Temple, electricista, de paso por Nueva York, con esposa y cuatro hijos en Buffalo. Un carnet manchado de sudor le daba autorización para trabajar en sitios distintos, viajando constantemente sin dirección fija. Un hombre que necesita trabajar, debe viajar.

Mientras cruzaba la ciudad en un autobús casi vacío, Anderton estudió la documentación de Ernest Temple. Sin duda alguna aquellos documentos de identidad se habían hecho a tanteo por todas las medidas y datos que allí aparecían. Tras un rato se preguntó de quién serían las huellas digitales y como habrían conseguido la longitud de onda de su cerebro. Sin duda no resistirían una comprobación rigurosa. Pero al menos era una documentación como principio. Era algo. Con los documentos, iban mil dólares en billetes. Se guardó el dinero y los documentos y después se volvió hacia lo escrito claramente en el sobre que había contenido los carnets. Al principio no le encontró el menor sentido. Durante algún tiempo, lo estuvo considerando, realmente perplejo.

La existencia de una mayoría implica lógicamente, una minoría correspondiente.

El autobús ya había entrado en una vasta región de suburbios pobres de la ciudad en aquella jungla de hoteles baratos y tiendas humildes que habían surgido en aquella área tras las destrucciones de la guerra. Llegó a una parada y Anderton se preparó a salir.

Unos cuantos pasajeros observaron al paso su mejilla herida y sus ropas destrozadas. Ignorando a aquella gente, echó a andar por el borde de la acera bajo la persistente lluvia.

El conserje del hotel no le prestó la menor atención, después de haberle cobrado el dinero de la pensión. Anderton subió la escalera hasta el segundo piso y entró en una habitación reducida con olor humedad. Era pequeña, pero estaba limpia. Tenía cama, armario, tocador, un calendario, silla, lámpara y una radio con contador de tiempo mediante monedas.

Puso en la ranura una moneda de veinticinco centavos y se dejó caer pesadamente en la cama. Todas las emisoras importantes estaban transmitiendo el boletín de la policía. Era algo nuevo, excitante, desconocido para las generaciones actuales. ¡Un criminal escapado de la policía! El público estaba ávidamente interesado.

—«... este hombre ha usado la ventajosa posición de la que gozaba para burlar a la policía —estaba diciendo el locutor con una indignación muy profesional—. Debido a su alto cargo, ha tenido acceso a los datos previos y la confianza depositada en él le ha permitido evadir el proceso normal de detención y localización. Durante el período de su mando, ha ejercitado su autoridad para enviar incontables individuos, potencialmente culpables, a los campos de confinamiento, desperdiciando así las vidas de esas inocentes víctimas. Este hombre, John Allison Anderton, fue el instrumento de creación del sistema Precriminal, la predicción profiláctica de la criminalidad a través del ingenioso uso de los mutantes premonitores, capaces de adivinar el futuro y transferir oralmente esos datos a la maquinaria analítica. Esos tres premonitores en sus funciones vitales...»

La voz disminuyó al entrar en el diminuto cuarto de baño de la habitación. Una vez allí se despojó de la chaqueta y la camisa y dejó correr el agua fresca del grifo del lavabo. En la pequeña vitrina encontró un poco de yodo, esparadrapo, una máquina de afeitar, peine y cepillo de dientes, junto a otras pequeñas cosas que podía necesitar. A la mañana siguiente, tendría que procurarse otras ropas de segunda mano y comprar otros objetos necesarios, adecuados a su nueva situación. Después de todo, ahora era un obrero electricista en busca de trabajo y no un comisario de policía víctima de un accidente.

En la otra habitación, la radio continuaba sonando. Sólo de forma subconsciente atento a ella, permaneció frente al espejo examinándose el diente roto por el choque.

—«... el sistema de los tres premonitores mutantes tuvo su génesis a mediados de este siglo. ¿Cómo se comprueban los resultados en una computadora electrónica? Alimentando la máquina con datos que se insertan en una segunda máquina de idéntico diseño. Pero dos computadoras no son suficientes. Si cada una ellas llega a una respuesta diferente es imposible decir a priori cuál es la correcta. La solución, basada en un cuidadoso estudio del método estadístico es utilizar una tercera computadora que compruebe los resultados de las dos primeras. De esta forma, se obtiene lo que se llama el informe de la mayoría. Puede presumirse con gran probabilidad que el acuerdo de dos de las tres computadoras indica cuál de los resultados de tal alternativa es el correcto. No sería verosímil que dos computadoras llegasen a idénticas soluciones incorrectas...».

Anderton arrojó la toalla que tenía en la mano y corrió hacia la otra habitación, volcándose literalmente sobre el aparato de radio para captar mejor la emisión.

—«... la unanimidad de los tres premonitores es un fenómeno posible pero muy rara vez conseguido, según explica el comisario en funciones, el señor Witwer. Es mucho más corriente obtener un informe de mayoría de dos premonitores más un informe de minoría del tercer mutante, con una variación muy ligera, referida usualmente al tiempo y al lugar. Esto se explica por la teoría de los múltiples futuros. Si existiese solamente un sendero del tiempo, la información premonitora no tendría importancia, ya que no existiría ninguna posibilidad de alterar el futuro».

Anderton comenzó a recorrer frenéticamente la pequeña habitación de un lado a otro. El informe de la mayoría... sólo dos de los premonitores mutantes habían coincidido en el material anotado en la ficha. Aquél era el significado del mensaje del paquete que le habían entregado. El informe del tercer premonitor, esto es, el informe de la minoría, tenía también su importancia.

¿Por qué?

Consultó el reloj y vio que era ya pasada la medianoche. Page estaría libre de servicio. No estaría de vuelta en el bloque de los monos hasta la tarde siguiente. Era una débil oportunidad pero valía la pena aprovecharla. Tal vez Page quisiera encubrirle, o tal vez no. Tenía que arriesgarse a saberlo.

Tenía que ver el informe de la minoría.


El Informe de la Minoría - Philip K. DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora