Érase una soñolienta y desbrida tarde, viajábamos en la carretera, dentro de la camioneta negra de mi papá, toda la familia estaba dentro de ella; mamá, mi padre, mi hermana mayor, mi hermano menor y yo.
Veía el horizonte, el Sol cobarde se escondía detrás de las montañas para no enfrentar a la noche, ni a su dueña la luna. Cerca se movían las hojas de pasto, bailando al son del aire. Mientras veía hacia afuera ignoraba a todos a mí alrededor, nunca deseé este tonto viaje a una cabaña en el bosque. Estúpida idea de papá, apoyada por mi madre la cual le pareció genial a mi hermana y la única persona que podía apoyarme también accedió a ir; como no podía quedarme solo, miradme en el asiento trasero detrás de mi padre.
Mamá y papá conversaban entre ellos, mientras mi hermana escuchaba música con sus audífonos, en cierta forma hacía lo mismo que yo; mi hermanito tenía una cara de felicidad mezclada con ansias por llegar al lugar en cuanto antes. Interrumpía sin cesar a mis padres haciendo la misma monótona pregunta
— ¿Ya llegamos?
—No— respondía papá.
Era un “no” cerrado y muy concreto que sin duda a mí me hubiera dejado sin gana alguna de volver a preguntar, pero, por desgracia, mi recalcitrante hermano preguntaba de nuevo.
La rueda del vehículo destrozó varias hojas secas cuando el rumbo cambió del asfalto a la terracería, la llanta comenzó a ensuciarse con el lodo unido a trozos de las hojas ya destruidas. Comenzamos a tambalear en el interior del carro debido a los impactos que sufrían las ruedas, los choques de piedra con plástico. Empezamos a protestar por los movimientos fugaces que sufríamos dentro.
— ¡Oye! — se escuchó el sonido de la voz quejándose de mi hermano.
— ¡Papá!, ¡¿Dónde nos estás metiendo!? — preguntó alarmada mi hermana mayor.
Solo reía un poco mientras seguía escuchando los quejidos de mis hermanos.
—Ya — respondió papá — Sé perfectamente a donde vamos, espérense, les gustará cuando lleguemos.
—Sí, niños — contribuyó mi madre — Su padre tiene razón, mientras si sepa a donde nos lleva.
—Por eso les dije que no viniéramos.
Mamá me miró feo, pero no me contestó nada. Mi hermanito se rió en el fondo mientras mi hermana me regañó.
—Ya cállate, agradece que te trajimos.
Con la pequeña discusión que tuvimos del tiempo nos olvidamos, cuando por fin nos callamos ya habíamos llegado.
Era una cabaña de aspecto lúgubre y algo descuidada, no me gustó en cuanto la vi. Se notaba bastante desolada, guardando fantasías deprimidas en medio de las maderas que componían las paredes. Ocultaba misterios en los picaportes, al mismo tiempo acallaba gritos en sus rincones sombríos; parlando silencio en cada puerta. Sus ventanas eran opacas por el polvo que tenían, nublándole la vista a cualquiera que intentara divisar su triste interior. Además de la fúnebre apariencia de esta lúgubre choza a su alrededor estaban arboles grises, nada similares a los verdes que se hallaban en la parte de asfalto, era como si la vida se hubiera muerto justo en el momento en el que entramos al camino de terracería. Un portal a lo desconocido. Era verdaderamente escalofriante este lugar; ya había leído muchas historias de miedo, pero ninguna podría asemejarse a la descripción de este lugar, ninguna conservaba o podría conservar alguna vez la atmosfera que emanaba de la casa y que a su vez absorbía todo el ambiente aquí presente. Corriente eléctrica recorrió mi cuerpo con el simple hecho de estar parado frente a la casa observando el acechante panorama.
— Hijo, ven. Ayúdame a bajar las maletas.
—Voy.
Le contesté a mi madre mientras no dejaba de mirar la casa. Di unos pasos lentos hasta llegar con mi madre. Cogí un par de valijas y entré a la cabaña. Cuando entré, de pronto, los quejidos rechinantes de las maderas del piso se escucharon, aunque les presté muy poca atención, por lo que seguí caminando hasta llegar a la que era como una acogedora sala de estar, había un juego de muebles, un viejo tapete en medio de éstos que a simple vista se le notaba cual viejo, sucio y olvidado estaba. Dejé las maletas recargadas al sillón de la sala, porque no tenía idea de cuales serían nuestras habitaciones. Regresé al auto con mi madre para ayudarle a bajar más cosas del interior de la cajuela. Cuando terminamos al fin de bajar todo, mi mamá colocó un bastón de seguridad al volante y le puso seguro a las puertas.
—Entra a ver cómo está la casita.
“Fea —pensé en contestarle— sucia y abandonada” decir eso era empezar discusión que terminaría en regaño, así que tan solo fue un vago pensamiento. Entré de nuevo a la cabaña. Mi hermano ya había recorrido toda la casa hiperactivamente, en cada rincón, abierto cada puerta y registrado cada cuarto. Mi hermana solo se sentó en un viejo sofá intentando hablar por su celular, el cual no servía debido a que no llegaba la señal a ese sombrío lugar, por dicha razón poseía un gesto de desagrado en la cara. Mi padre había revisado la casa; acercándose a nosotros exclamó.
— ¡Está perfecto!, ¿Qué opinan?
—Muy tranquilo, amor; pero está bonito.
—Pésimo. No hay señal.
Exclamaron sus opiniones mi madre y mi hermana.
—No está tan mal, Meg.
Ella tan solo murmulló algo que no logré escuchar, luego se calló y se quedó sentada en ese sofá. Después mi padre nos señaló a todos donde estaban nuestras habitaciones; la de mis padres era la del fondo, la más grande. Junto a esa estaba la de mi hermanito, pues tenía que estar cerca de ellos. Mi hermana y yo teníamos las dos recámaras de arriba, así que nos las distribuimos; tomé la que se encontraba al fondo de un corredor de arriba, mi hermana la que estaba junto a las escaleras. Nos separaba un armario vacío, algo chico, quien podría decir para qué le hubiera podido servir a los antiguos propietarios de la cabaña, según mi padre, parientes de él.
Me ponía en que pensar de porqué esta cabaña estaba abandonada, papá no habló mucho de sus parientes por lo que me dejó con muchas dudas en la cabeza.
Nos sentamos en el sofá, papá encendió la chimenea y unas velas alrededor, mamá ya había preparado algo para cenar, así que pasamos la transición de la tarde en noche. Cuando terminamos de convivir un poco, también de cenar; nos dispusimos cada quien a ir a su dormitorio. Antes de que la noche cayera nuestra madre nos dijo que fuéramos al sanitario que era una letrina alejada de la casa por unos cuantos metros. Fuimos al baño antes de dormir, después de ello cerramos bastante bien la puerta que daba hacia el espantoso bosque. Ya en mi cuarto me acomodé para descansar, una cama estaba ubicada en medio de éste, era algo cómoda; también una mesa pegada a la pared donde dejé varios libros que leí durante un rato, pero tenía mucho sueño, lo que me hizo parar mi lectura para irme a acostar en la cama; cargué mi teléfono en mi casa para que aquí me durara la batería ya que en la cabaña no había luz eléctrica. Acostado en mi cama me tapé con una sábana. Jugué con mi dispositivo móvil durante un rato hasta que mis párpados no pudieron aguantar más la carga de mis sueños, por lo que se rindieron y mis ojos se cerraron. Cayendo en mi abismo mental de fantasías lúcidas, que duró pocas horas, hasta que algo me despertó.
Abrí mis ojos, busqué torpemente entre mis almohadas hasta que encontré mi celular y me percaté de que eran la una y media de la mañana; algo inusual para mí porque siempre cuando me dormía no me levantaba. Esa noche fue la excepcional. Después de haber visto la hora, volví a dormir porque no vi nada fuera de lo normal. Pasó un rato hasta que de nuevo los ruidos me despertaron. Esta vez me levanté de la cama, busqué en mi cuarto pero no vi nada. Me asomé por la ventana. La noche estaba muy rara; mucha iluminación para ser de noche, se podía distinguir con facilidad todo, nada obscuro, la luna alumbraba todo el lugar. La luz de ésta era tan brillante que no solo se distinguían los objetos alrededor sino que derramaban sombras que por los arboles se notaban bastante escalofriantes. Los ruidos se volvieron a escuchar en el bosque.
Asomándome a la ventana de mi cuarto, la luz de la luna aun mantenía su poder. Observé a lo lejos, no encontré nada, pero los ruidos seguían, eran como si partieran arboles, crujidos fuertes y secos. Procedía desde la parte más recóndita del bosque, se escuchó varias veces, pero, yo seguía sin poder saber de dónde exactamente provenían o el porqué de tales sonámbulos rudos.
Entre las sombras de los matorrales se distinguió una silueta. Se marcaba el contorno perfectamente, cuando se retiró de las sombras de los arboles parecía la silueta de un tipo, lo cual me extrañó mucho. Estaba parada en la división del terreno de la cabaña y el inicio de la maleza del bosque. Cuando éste se quedó allí parado, los ruidos se callaron. Solo se quedaba ahí, sin moverse, en ese lugar, viendo el auto fijamente. Era como si él o eso analizara el vehículo de una manera sombría y muda; eso hacía que los escalofríos de apoderaran de mí, durante unos minutos él tenía la mirada en el auto mientras yo la clavé en él, estábamos hipnotizados viendo lo que cada uno veía; hasta que tan solo de repente alzó la cabeza para ver a mi ventana.
Fue como si hubiera sentido mi mirada, o como si le molestara que alguien lo estuviese viendo. Cuando eso volteó, me arrojé a un lado de la ventana para que no me viera. “No me vio—murmullé— ¿qué es eso?”
Tomé un pequeño espejo que tenía en la mesa, intentando que no me fuera a ver. Cuando logré tomarlo, me acerqué a la ventana, asomé el espejo; con ello logré ver claramente que sostenía una mirada fija a la ventana, pero seguía sin moverse. En eso que tenía el espejo en mis manos, noté como uno de sus brazos caía al suelo, cuando tocó el piso se extendió a lo largo hasta asemejarse a una sombra de un árbol, parecía un árbol de verdad aquella sombra suelta en el suelo. Seguía viendo sin poder creerlo, era tan alucinante. En ello con su brazo que parecía sombra de árbol, surgieron pequeñas criaturas volando, como aves negras; sombras que salieron volando. Ante tal acción mis manos temblaron, e hicieron que tirara el espejo. Lo recogí rápido para volver a ver, pero, cuando coloqué el espejo inclinado hacia la ventana, aquella cosa no estaba. De seguro aquel sonido le alertó y le hizo emprender la huida, o peor, haberse metido a la casa.
Como no lo encontraba con el espejo, me asomé para buscar lo que sea que haya sido eso. Pasé varios minutos buscando y buscando sin encontrar nada. “Debió haber sido mi estúpida imaginación— me dije— ¿Cómo puede ser posible semejante ilusión?
Estar despierto y “fantasear” me dio sed, por lo tanto decidí bajar por un poco de agua. Abrí la puerta de mi cuarto, que por suerte no rechinó, caminé un poco por el corredor hasta que, no tengo idea porqué, se me hizo por ver el cuarto de mi hermana. Abrí su puerta lentamente, intentando no hacer ningún ruido; con un poco abierto me asomé a la puerta, logré ver el cuarto, pero en la cama de Meg, había algo sentado, parecido a un mono que estaba sentado en la cabecera de la cama de ella. Tocaba su frente mientras miraba hacia afuera o veía fijamente al rostro de mi hermana. Sabía que eso le podía causar daño, pensaba sobre qué hacer para que eso se fuera…
Cuando me incliné más para verlo mejor… la puerta se abrió y yo caí en el suelo. Ésta, aparte de rechinar, azotó la pared. El eco se esparció por todos lados.
Aquella cosa volteó a ver muy rápido. Subí la vista, solo para verla al rostro, el cual no tenía, pero abrió un orificio que parecía una boca, pero al igual que él, era obscura e impedía ver algo adentro. Ese ser emitió un ruido tan escalofriante que aún ahora resuena en mi cabeza; aquel sonido fue tan horripilante que se grabó en mis oídos mientras que al mismo tiempo la silueta se tatuó en mis ojos. Era como si grandes garras rayaran un cristal de manera ruidosa y lenta. Gritó durante diez segundos, que a mí parecieron siglos. Durante ello, bajó su brazo al suelo hasta que tocó mi muñeca, no me dolió o sentí algo, solamente dejó una marca. Se hizo hacia atrás de un salto, me vio a los ojos, se quedó en silencio y después se abalanzó a la ventana, traspasándola sin romperla. Me levanté mientras vi como corría al bosque tal como un primate lo haría. Respiré. Me acerqué a mi hermana para saber si estaba bien, afortunadamente sí lo estaba. Nadie se levantó por los ruidos, como si solo yo los hubiera escuchado. Regresé a mi cuarto, no pude dormir en toda la noche, así que esperé que llegara la madrugada.
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La ventana rota
KorkuUna cabaña, una familia y una historia que las une. Un joven adolescente que pone al máximo sus capacidades para enfrentar el miedo de no evitar que lo que existe dentro del muerto y gris bosque lastime a su familia. Verá y escuchará el terror muy...