Mudanza

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El día de la mudanza llegó, y la emoción era palpable. Todos se encontraban felices con la nueva casa. Marie tenía su propia habitación, la cual además de ser muy grande, había sido pintada de color turquesa con mariposas blancas y rosadas, sus colores favoritos y una hermosa cama con dosel de color blanco, cortinas rosadas y muebles del mismo color de la cama. En otras palabras, era la habitación soñada de Marie.

Por otro lado, Fred le dio las especificaciones de como quería su habitación a la decoradora, el resultado fue paredes de color gris y verde aceituna, con gruesas cortinas negras, una cama King size estilo tatami, con muebles a juego y una estantería repleta de sus videojuegos, películas, libros y colecciones de CD favoritas.

La de Savannah y Shane, llevó un poco más de tiempo porque no lograban ponerse de acuerdo, pero lograron encontrar la manera de que fuera lo que ambos querían. La habitación tenía una enorme cama de estilo barroco con dosel de color marrón, muebles del mismo color, cortinas de color beige y paredes azul cielo. Llenaron las paredes de fotografías de Fred y Marie cuando niños, Savannah con sus padres, Shane con los suyos y muchísimas de ambos juntos cuando eran niños, adolescentes y adultos. Las más llamativas eran las de su boda.

Los pasillos estaban llenos de pinturas y logros de los Travis, así como de los de Shane. Aquella casa rebosaba calidez, era un hogar, ya no era solo una casa. Cada uno tenía la habitación de sus sueños, solo quedaba una habitación sin decorar y era la del bebé. La cual decoraría Savannah, porque quería crear el ambiente donde su bebé dormiría.

El vecindario era lo que Marie deseaba, el tipo de lugar donde había niños por doquier jugando, casi todos sus vecinos tenían niños, así que no sería nada aburrido vivir allí, y para Fred tampoco, ya que su novia July vivía a unas calle de allí.

A Shane le quedaba muy cerca el trabajo desde allí. El primer domingo desde la mudanza, hicieron una parrillada e invitaron a todos los vecinos cercanos, Shane compró cervezas para los hombres y Savannah hizo dulces para las mujeres y los niños. El patio se llenó de hombres bebiendo cervezas mientras hablaban de deportes, mujeres que cuchicheaban o jugaban con sus hijos, niños corriendo y de adolescentes rezagados por todos lados metidos en sus celulares, bebiendo cervezas a escondidas o coqueteando.

Savannah observó todo desde la ventana de la cocina con una sonrisa en su rostro y una mano apoyada en su vientre. —Un día estarás corriendo con los demás niños —musitó hablando con su bebé—. No sé si eres niño o niña, pero sé que te veré jugando con tu papá o con alguno de tus tíos.

Hizo círculos en su barriga y sonrió cuando vio a Shane levantar una niña de dos años que se había caído cuando perseguía a otro niño. Apenas la puso de pie, volvió a sus andanzas como si nada hubiera ocurrido.

— ¿Serás una preciosa niña o un guapo niño? —se preguntó Savannah en voz alta.

—Ambas cosas —respondió una voz femenina a sus espaldas.

Savannah se dio la vuelta y miró a Helen. — ¿Sigues con eso? —sacudió la cabeza confundida—. No hay dos, solo un bebé, Helen.

Helen negó. —Son dos, dos preciosos mellizos —se rio mientras salía al patio.

Se negó a aceptar o pensar en dos bebés, en vez de uno. — ¿Eres uno, verdad? —llevó su mano de vuelta a su creciente vientre.

— ¿Hablas sola, Savie? —al escuchar a Marie preguntar eso, miró a su hermanita y se rio.

—No, mi niña, hablaba con el bebé —sonrió con ternura.

— ¿Y te escucha? —abrió los ojos como platos, se acercó a Savannah y se agachó un poco—. Hola bebé, soy tu tía Marie y quiero que sepas, que te amo.

Atados de manos (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora