Estrategias Ocultas

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Estrategias Ocultas

 

Sonreía. Veía a su familia saludándola desde lejos. Su padre reí melodiosamente mientras agitaba su mano, su madre también hacía lo mismo mientras abrazaba a su marido por el costado. Su pequeño hermano brincaba y le hacía muecas graciosas, pero aun así sabía que estaban alegres de verla. Myriam los miró y sintió una sensación de alivio al contemplarlos sanos y salvos. Corrió hacia ellos y los abrazó con fuerza y devoción. Había regresado, se sintió segura y sumamente feliz, no hay nada más que paz en ese lugar blanquizco y resplandeciente; solo estaban ella y su familia… y era lo único que necesitaba.

Esbozó inconscientemente una sonrisa mientras abrazaba su almohada, estaba tan sumergida en sus sueños que no se dio cuenta de que alguien abrió la puerta y se recostó a su lado. Percibió como un brazo le envolvía la cintura con calidez y otra mano le acariciaban el cabello. Escuchó una respiración compasada y tranquila que revotaba contra su cuello y al mismo tiempo olían la esencia de su piel. Estas sensaciones las sentía con claridad, pero Myriam creía que eran producto de su imaginación…producto de su vívido sueño.

Algo húmedo y suave rozó contra su oreja y la hizo espabilarse. Abrió los ojos con cierta extrañeza, un sueño no podía presentar tanta magnitud de realismo.

—Buenos días.

Una voz la hizo voltear y saltar de la cama pegando un grito histérico.

—¡¿Qué haces aquí?! —chilló sintiendo su corazón desbocado golpear contra sus costillas.

Kin rió ante su reacción y cruzó los brazos detrás de su nuca mientras se acomodaba libremente en la cama. Contempló como Myriam se alejaba más y más de él, le temía y eso no le gustaba. Puso la mejor cara de amabilidad y le habló con suavidad.

—Te traje el desayuno, creí que tendrías hambre.

La joven estrechó los ojos y lo miró con desconfianza. Sabía que tarde a temprano tenía que alimentarse, pero ayer entre tanta tensión ni siquiera se había percatado del hambre que sentía, pero ahora sí.

Observó la charola de su lado con abundante comida, que se le hizo agua la boca. Relamió sus labios y volvió a mirar a Kin casi como pidiéndole permiso. Éste le giñó el ojo y le hizo una seña para que se acercara a ella.

Myriam no lo pensó de veces y empezó a comer; con lentitud ya que no deseaba verse muy desesperada, aunque su instinto le obligaba a llevarse la comida a la boca aunque fuera con las manos. 

—¿Te gusta? —preguntó su captor sentándose en el borde de la cama. Myriam asintió con lentitud.

Era extraño. Pensó que Kin estaría enojado con ella por lo que ocurrió anoche, pero parecía estar más contento. Jamás creyó que un tipo de su condición fuera de esa manera tan…bipolar.

“¿Está fingiendo o tiene memoria de corto plazo?” Pensó Myriam mientras mordía un pan tostado con mermelada de fresa.

Se sentó en una silla alejada y miró al joven hombre, que todavía se encontraba observándola comer. Terminó de masticar y preguntó…

—¿Por qué no estás enojado?

Kin dejó de mirar sus rosados labios y alzó la vista a aquellos ojos miel. Sonrió divertido. Ésta chica en vez de tratar de escapar y lanzarle miles de maldiciones, ahora solo preguntaba ¿Por qué no estás enojado? Le intrigaba de sobremanera, y eso le excitaba.

—¿Por qué crees que debería de estarlo? —preguntó con cierto cinismo.

—Tal vez porque casi hago que te descubran. —La voz de Myriam sonó rencorosa hasta algo malhumorada.

El miedo viste con ropa de marcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora