En una encrucijada
La hacienda comenzaba a llenarse de gente, la mayoría de estos eran hombres armados que vigilaban y se encargaban de que nadie hiciera algo indebido. Sus armas largas apuntaban discretamente al piso, sin embargo, sus ojos estaban pendientes para cualquier movimiento amenazante. Aunque armados hasta los dientes y protegidos con chalecos antibalas, lucían elegantes; vestidos con un esmoquin negro junto con radios portátiles para comunicarse entre sí.
Caminaban por todos lados, escudriñando a los que trabajaban en la decoración. Acomodaban decenas de mesas debajo de una gigantesca palapa y otras más al aire libre. Los centros de mesas eran cisnes de cristal con lirios adornándolo. Lo más seguro era que los hombres no se dieran que esos pequeños detalles, pero aun así, una mujer de edad considerable, esbelta y de fino porte, se empeñaba en colocarlos.
—¿Por qué has venido? —preguntó un hombre joven aproximándose a la mujer que se encontraba embelleciendo el lugar.
—¿Por qué no debería de venir? —respondió con otra pregunta sin quitar la vista de su trabajo.
—Porque bien sabes que a él no le gustará —farfulló tomando un lirio en sus manos —. ¿Y qué diablos es esto? —inquirió observando la flor con desagrado.
—Son lirios y son hermosos. —Se lo arrebató para colocarlo de nuevo en su sitio —. Le darán algo de alegría a este lugar marginado y lleno de almas asesinas. Y aparte, sabes que no me importa lo que diga tu padre, me tiene sin cuidado —agregó con aire pretensioso.
—Como quieras, luego no me digas que todo fue por mi culpa —comentó alejándose rápidamente, desinteresado por lo que fuera a hacer su madre en esa situación.
Realmente no entendía por qué su madre había vuelto después de tantos años para solamente amargarse la vida. Desde que ella había descubierto que estaba embarazada de él, comprendió que su vida se había arruinado, todo por tener un hijo de un peligroso y muy buscado narcotraficante creciendo en su vientre. Ella nunca lo quiso, pero se obligó a tenerlo sólo porque deseaba el dinero de su padre y la fama que conllevara eso. Jamás le importó el riesgo que corría al estar a su lado, pero era tan testaruda que rechazó toda idea de mantenerse separados para no salir lastimada. Al principio no aceptó, pero después de ver una gran suma de dinero y tierras que le servirían para sustentarse de por vida, lo dejó solo como un perro al lado de un hombre que nunca le prestó más de cinco minutos de atención.
Ahora lo más probable de que estuviera ahí, era porque quisiera más riquezas, chantajeando de nuevo a su padre con llevárselo lejos o decirle al mundo todas las fechorías que hacía hecho. Pero estaba muy equivocada si creía que lo iba a lograr, su padre no era muy paciente y él ya no era un niño. Desde ese momento se acababan las intimidaciones.
Kin caminó hasta la habitación de Myriam, se encontraba mucho más lejos que la anterior y por eso mismo menos vigilada. Había restablecido a nuevos guardias en aquella puerta. En total eran tres hombres que patrullaban la zona, cada uno por su flanco. De vez en cuando se hacían relevos pero siempre con estricto orden, así lo había pedido él y esperaba que hicieran bien su trabajo.
No se molestó en tocar la puerta, como ya era costumbre y entró en el interior de la estancia. Justo cuando cerró y se giró para buscar a Myriam, la encontró en la cama en ropa interior.
—¿Qué haces? —inquirió mirándola con deseo.
Myriam alzó la vista y su rostro se tiñó de un suave color rojo.
—Cambiándome, ¿es eso algo que ponga en riesgo mi vida? —ironizó poniéndose unos jeans con cierta dificultad.
Kin se acercó y la recorrió con la mirada.
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El miedo viste con ropa de marca
Mystery / ThrillerMyriam es una adolescente común y corriente; una chica con una belleza normal, de cuerpo ordinario, con posición económica promedio y con una vida social poco especial. Pero toda esa normalidad es arruinada cuando es secuestrada por las manos del na...