Entre la espada y la pared

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Entre la espada y la pared

Aunque las sábanas cubrieran toda su espalda con delicadeza y un agradable clima se formara en aquella espaciosa habitación, otorgándole calidez y al mismo tiempo frescura. Todo eso no lograba calmar los temblores de su cuerpo ni las lágrimas que brotaban sin cesar de sus ojos sin el mínimo esfuerzo. Instintivamente se encogió con miedo al sentir unas pisadas aproximándose a su lado.  Cerró los ojos con fuerza, deseando no escuchar sus palabras, pero fue inevitable, él no podía perder la oportunidad para restregarle en la cara su evidente victoria.

—Jamás pensé que tu cuerpo me causara tanta excitación —soltó una risa mordaz —. Fue estupendo. Deberíamos hacerlo en otra ocasión, ¿te parece? —continuó con sus ligeras carcajadas socarronas.

Intentó acercarse a su cuello pero los reflejos de Myriam fueron más rápidos para alejarse por completo de su cínica persona.

—Qué ingrata eres. Deberías estar agradecida porque fuera yo quien te sacara de esta monotonía y te otorgara un inmenso placer. Pero que se puede esperar de una zorra como tú. Andas de ofrecida con todos, aunque digas que no… bien sabes que te gusta —habló indocto, con el ego rebosando en su toda su boca. Ignorando cualquier situación en donde él fuera el culpable.

Era un pedante, siempre se creía era el líder, el mejor, como un ser superior que se negaba a seguir los mandatos de alguien más. Pero está bien obedecería.

—Pagarás muy caro todo lo que has hecho —musitó Myriam con frialdad.

Dante nuevamente soltó una carcajada llena de soberbia. Inclinó su cabeza y miró divertido la delgada sabana que cubría su cuerpo. Ensanchó su sonrisa y tomó un extremo para despojarla de ella. Myriam asustada porque Dante quisiera volver a tocarla, trató de cubrir su cuerpo desnudo de cualquier forma posible, evitando por todos los medios no mirar sus sádicos ojos.

—¿Y tú que harás para que pague? ¿Qué? —retó mirándola atraído, caminando alrededor de ella, intimidándola de sobremanera.

—¡Se lo diré a Kin! —amenazó apretando los dientes mientras cubría su expuesta piel con dos almohadas.

—Kin, Kin, Kin… siempre él, ya me tiene arto que siempre lo menciones —masculló resentido —. ¿Qué crees que hará él? ¿Acaso piensas que te creerá?

Myriam parpadeó insegura, pero se obligó a creer en su instinto. Kin no sería capaz de traicionarla, ¿cierto? Él había dicho varias veces que no dejaría que la alejaran de su lado, ni que permitiría que la lastimaran si él primero no lo hubiese permitido… Estaba claro que sus palabras no habían sido del todo tranquilizadoras, sin embargo, al menos eso le aseguraba que Kin no dejaría que nada malo le pasara. 

—Me creerá más a mí que a ti. Él sabe de lo que eres capaz, por eso mismo no confía en ti.

Esa manifestación pareció perturbar la confianza de Dante, que borró totalmente su sonrisa y el líquido de sus ojos comenzó a endurecerse. Dejó de caminar a su alrededor y abruptamente la tomó de la muñeca para obligarla a hablar con la verdad.

—¿Él te dijo eso? ¡¿Te lo dijo?! —preguntó iracundo.

Myriam no comprendía por qué reaccionaba de esa manera tan precipitada, pero sospechó que Kin no era el único que tenía un As bajo la manga. 

—Sí, lo dijo. ¿Por qué te afecta tanto? —inquirió forcejeando para escapar de su agarre.

—Por nada que te importe. —La soltó repentinamente con antipatía y le dio la espalda mientras musitaba molesto —. Maldito imbécil, maldito…

El miedo viste con ropa de marcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora