Venganza

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Venganza

Retuvo la respiración cerca de un minuto, sin tener idea de que más hacer. Mirar a Dante con la misma sonrisa de superioridad no le daba ninguna idea de que Kin le había advertido o lo había amenazado para alejarse de ella. Más bien Kin parecía demasiado serio y calculador, como si analizara la situación de un punto profesional y lejano de todo complejo sentimental. Aunque el hecho de que Dante todavía no sabía que su jefe sabía la verdad le daba un respiro de alivio, sabía que no dudaría mucho con esa seguridad, sino hasta que Kin soltará alguna indiscreción.

—Entonces Myriam… ¿En qué estábamos? —preguntó con cinismo mientras caminaba a paso lento, rodeándola como un depredador.

—En que… accediste en dejarme un tiempo a solas para descansar —mintió tratando de influir en él aquellas ganas de desprenderse de la inquietud que se consumía su energía y valentía.

—¡Ja! Eso quisieras —soltó una efímera risa y cerró los ojos aspirando profundamente. Giró lentamente hacía Dante y lo señaló con un dedo. Myriam sintió que sus piernas estaban a punto de colapsar y caería de bruces al suelos.

—Dante, me harías el favor de cerrar la puerta con seguro.

Kin era sospechosamente amable, pidiendo las cosas de favor y con voz misteriosamente neutra. Myriam y Dante se dieron cuenta de ello, por lo que ambos apretaron los dientes después de que se cerrara la puerta, y la única salida.

Dante cruzó el corto pasillo con las manos tensas dentro de los bolsillos. Algo no le agradaba en lo más mínimo. Kin estaba extraño; Myriam demasiado nerviosa y lo miraba constantemente en intervalos de tres segundos. No quería adelantarse a los hechos y sospechar lo peor, así que se limitó a callar y escuchar lo que tenían que decir.

Kin se mantenía sereno mientras acariciaba su barbilla de forma enternecedora, aumentando el suspenso y el miedo de los espectadores. En cuanto sus labios se abrieron para exponer una acusación, Myriam lo interrumpió abruptamente.

—¡No lo digas! —le gritó.

—¿Decir qué? Yo no diré nada, la que lo dirá eres tú —demandó mirándola expectante.

—Ya te lo dije, no tengo nada que decir —masculló irritada por su insistencia.

¿Por qué demonios no lo dejaba pasar? Ya había sucedido, no se podía hacer nada.

Kin chasqueó su lengua una y otra vez al mismo tiempo que negaba con su dedo índice. Sus ojos claros se abrieron fulminantes e intimidó a su reclusa con una sola mirada. Caminó de nuevo hacía ella y la tomó de las muñecas con brusquedad para acercarla a su rostro.

—No me hagas repetirlo de nuevo cariño —habló amenazante pero con un tono dulce.

Soltó su mano izquierda para luego tocar su barbilla con delicadeza. Era realmente abrumadora la forma en que cambiaba de humor, y la manera en que mezclaba ternura y cordialidad en movimientos agresivos y demandantes. Su voz no era para nada congruente con sus actos, y realmente no sabía a qué parte de él creerle. ¿En qué parte mentía? ¿En su forma de hablar? ¿O en su esfuerzo por verse riguroso como un líder?

—Kin, por favor… No hagas esto —suplicó acercándose a su boca, mirando primero sus ojos y después sus labios, incitándolo a dejar esa absurda conversación, a desalojar a Dante y a eliminar toda la tensión entre ellos. Si era necesario entregarse nuevamente a él para escapar de ese testimonio y salvar a su familia, así lo haría.

Kin la miró con cierto deseo, pero rápidamente se giró para enfrentar a Dante, alejándose de las manos de esa chica que podrían hacerle perder la sensatez.

El miedo viste con ropa de marcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora