El gato y el ratón
Después de que se fue Dante, Myriam fue directamente y sin escalas al baño. En cuanto se vio al espejo, analizó su rostro. Una mancha colorada cubría la mitad de su rostro izquierdo, no parecía ser grave pero todavía sentía el dolor en su tejido. Maldijo por lo bajo y enjuagó su rostro con agua fría. No parecía cambiar de tonalidad, tal vez porque el golpe fue bastante duro o quizás porque su coraje iba en aumento a cada segundo y eso provocaba que su cara permaneciera roja.
No recordó que su mano tenía una herida abierta hasta que volteó hacía abajo y miró el lavamanos repleto de agua rojiza. Así que la causa de que su rostro no cambiara de tono era porque estaba esparciendo su… sangre sobre él. Observó de nuevo su palma y de ésta brotaba sangre. Sintió como sus rodillas de doblaban y sus piernas parecían de gelatina, la gravedad se encargó de todo lo demás.
Cayó en las baldosas con torpeza y evitó ver su corte. No le tenía un miedo patológico a la sangre, sino al dolor. Era abrumador y un tanto irónico cómo aumentaba el dolor y el mal aspecto cuándo miraba su herida, parecía que la laceración tenía vida propia, la cual esperaba a ser vista para empezar a esparcir sangre ferozmente.
Pasó saliva con dificultad y se puso de rodillas hasta abrir el flujo de agua. Lavó su mano a ciegas y luego hizo lo mismo con su rostro. Después de estar totalmente segura de estar limpia, buscó en el botiquín algo para curarse. Con desilusión solo encontró gasas, vendas, alcohol, curitas, agua oxigenada y un par de cajas para el mareo y dolor de cabeza; pero no había agujas, navajas, veneno, granadas… nada que pudiera servirle para defenderse.
Envolvió su palma en una gasa y salió inmediatamente de ahí. Quería desahogarse, no llorando, ya estaba harta de llorar sin parar. Necesitaba algo más, era obvio que no podía golpear a esos insanos sujetos sin salir lastimada ella también, así que debía de reconstruir su autoestima con otra cosa.
Caminó despacio por la pequeña sala de estar y evitó pasar por los restos de vidrio que había en el suelo. Cuando estaba a punto de llegar a la ventana que daba al exterior, caminó sobre las puntas de sus pies y miró sigilosamente a través de ella. Se sintió tranquila cuando no miró a nadie vigilando, así que aprovechó para hacer una peligrosa jugada.
Con rapidez y cuidado abrió la puerta y cuando estaba a punto de cerrarla, una voz la hizo sobresaltarse.
—¿Qué crees que haces?
Myriam dio un tremendo brinco y pegó su espalda a la puerta de madera. Miró a dos hombres vestidos casualmente con rifles AK-47 en sus manos. La joven observó con pánico sus armas y sintió sudar frío.
—Yo… quiero un poco de agua—musitó en un hilo de voz sin saber realmente que decir.
Los vigilantes se miraron mutuamente, y fue el hombre de mayor de edad el que informó sobre la situación.
—El jefe dijo que nada de salidas, que seguramente tratarías de convencernos con algún chantaje. Será mejor que vuelvas adentro y te quedes ahí hasta que él vuelva —movió su rifle de asalto para incitarla a moverse, pero Myriam solo se pegó más a la puerta.
No podía perder esa única oportunidad que se presentaba, Kin y Dante se habían ido, quien sabe a dónde pero lo importante era que no estaban presentes para imponer sus mandatos. De cierta forma se sintió menos amenazada con esos dos tipos, no tenían tanto rango como Kin para decirle qué hacer y qué no hacer, aunque su valerosidad flaqueaba cuando miraba lo que sostenían en sus manos.
—Pero en serio, muero de sed. —Se atrevió a insistir de nuevo.
Sus palabras no eran totalmente mentiras; tenía sed y todavía un poco de hambre, y todo por culpa de Kin y su cruda sinceridad.
ESTÁS LEYENDO
El miedo viste con ropa de marca
Mystery / ThrillerMyriam es una adolescente común y corriente; una chica con una belleza normal, de cuerpo ordinario, con posición económica promedio y con una vida social poco especial. Pero toda esa normalidad es arruinada cuando es secuestrada por las manos del na...