Epílogo

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Epílogo

Hizo y deshizo miles de planes, ideas y simples consejos que su mente le daba para escapar de esa terrible situación, de aquel callejón sin salida y en donde dos hombres amenazaban con mandarla directamente a lo que era el cielo o el infierno. Los segundos transcurrían y los sujetos comenzaban a empuñar y apuntar con mayor confianza, preparados para cualquier alarmante movimiento.

Myriam pasó saliva con dificultad, exponiendo a ojos ajenos todo el nerviosismo que atacaba su cuerpo hasta ponerla temblar. Sus manos sudaban y sus piernas se tambaleaban sin soportar otro minuto conteniendo el peso de su ser. Desprendió la mirada de los cañones de las armas largas y divisó el extenso pero áspero camino que la invitaba a correr a través de él, como si de alguna forma le dijera que ahí encontraría la libertad que tanto anhelaba. 

Los individuos armados se percataron de ese ligero pero muy sospechoso movimiento y enseguida se encargaron de advertirle con una voz imponente.

—Ni lo pienses. No escaparás.

Dos segundos después un estridente y agudo sonido polifónico les hizo sobresaltarse y enseguida buscar de dónde provenía aquel ruido que interrumpía las amenazas y un momento muy tenso. Los tres observaron un celular que se yacía bocabajo sobre la tierra, en aquella zanja que momentos antes la joven atravesó.

La primera reacción de Myriam fue soltar un corto y espontáneo quejido al percatarse que se le había caído el teléfono de Karen del bolsillo, y sabía que no podría ser tan rápida para tomarlo y salir corriendo, así que optó por dejarlo y huir en esas milésimas de distracción para precipitarse hacia detrás de un arbusto seco, pero suficientemente espeso para hacer que los tiradores perdieran un poco de precisión.

—¡Maldita perra! —Le gritó uno de ellos cuando se giró y comenzó a correr a toda prisa —. ¡Síguela, qué esperas!

Tres disparos se escucharon pero sólo uno alcanzó a darle a Myriam.

La adolescente gritó de dolor cuando la bala rozó contra su brazo. Se tambaleó amenazando caer al suelo, pero fue suficientemente hábil para impulsarse y seguir corriendo a través del improvisado camino de tierra suelta, procurando mantenerse oculta detrás de aquellas frágiles y tupidas ramas.

—¡Corre, corre! —apresuró un sujeto a otro, que intentaba pesimamente pasar por debajo de la reja. Pero aquel espacio era tan estrecho que su ancho cuerpo le hacía la dura la tarea.

Myriam dejó de pensar en el agobiante dolor y siguió corriendo casi sin visibilidad hasta que subió un considerable montículo y cayó de bruces contra las piedras. Reprimió otro quejido y se levantó para mirar hacia atrás, temerosa de que los hombres estuvieran cerca de atraparla. No vio a nadie y se relajó por un momento. Se puso de espaldas contra aquella colina y bajó su cuerpo para ocultarse. Era un muy pobre escondite, pero era lo mejor que podría encontrar en esa zona desértica.

No tardó demasiado para estremecerse de nuevo. Unos pasos y un par de exclamaciones de furia se oyeron peligrosamente cerca. Myriam mandó una mano a su boca y cerró los ojos, como si de esa manera se pusiera salvo de todo. Tardaron relativamente poco para darse por vencidos y regresar con maldiciones de por medio.

—Por favor, vengan pronto —musitó con la respiración acelerada.

La adrenalina fue bajando con los primeros minutos y se sintieron los estragos de la acción. El dolor volvió a resentirse en su brazo y sus ojos se ajustaron a la oscuridad para notar que su prenda estaba rota en línea recta, por debajo de su hombro. Utilizó los dedos de su mano derecha para separar la tela manchada de sangre y ver con claridad la herida.

El miedo viste con ropa de marcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora