Impúdica traición

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Impúdica traición

Lo esperaba sentada con la vista fija en la puerta, con la furia consumiendo su cuerpo, con la impotencia aglomerándose en sus venas y con la traición golpeando una y otra vez su consciencia. Apretó sus manos hasta que sus nudillos se volvieron completamente blanco. No podía creer lo que había hecho, Kin… la había engañado vilmente.

Primero le había dicho que podría dejarla ir si se comportaba, si obedecía todas sus órdenes; luego le había negado esa libertad, justificando que él tenía el control de su vida y de todo su ser. Le encantaba sentirse superior, le encantaba tener a una chica que lo retara y luego pudiera hacerla callar. Después, le daba la impresión que se había suavizado, le recordaba que tenía oportunidad, que mantuviera las esperanzas. ¿Para qué? ¿Sólo para que al final la caída fuera más dura? Era cruel, demasiado.

Y ahora estaba más que pérdida. No sabía quién era la persona que había tomado su muerte, pero sin duda, eso había echado a la borda todas sus esperanzas. ¿Cómo la buscarían si ya todos pensaban que había muerto?

Todo se esfumó en un abrir y cerrar de sus ojos, un simple parpadeo fue suficiente para destrozar su vida. Así sucedían las cosas, pasan cuando menos te lo esperas. Así que ¿Ese era su destino? Vivir atrapada con un maniaco desconocido dispuesto a cualquier cosa con tal de cumplir su cometido, encerrada sin derecho a nada mientras espera para morir. Genial ¿no? Pero no dejaría que eso continuase.

Miró atentamente la puerta abrirse, y luego a Kin entrar con una traviesa sonrisa en la cara. En cuanto cerró la puerta y se giró a ver a Myriam, aquella sonrisa se esfumó por completo.

—¿Qué pasa? —inquirió consternado al ver la expresión de furia de la joven.

—Fingiste mi muerte —escupió agriamente sin darle tiempo de que sospechara. Kin se sorprendió al ver la rapidez con la que comprendía Myriam, pero logró disimularlo bastante bien. 

Frunció el ceño y metió las manos en sus bolsillos.

—¿Por qué piensas que yo hice eso? —preguntó fingiendo demencia.

Myriam soltó un suspiro irónico, sintiendo como su reloj de ira daba cuenta regresiva, a punto de explotar.

—¡Demonios, Kin! ¡Eres la única persona que me quiere tener encerrada aquí! ¡¿Qué otra manera más fácil de quitarte la inquietud de encima que fingir mi muerte?! —gritó alterada levantándose de golpe.

Kin se quedó estático, silencioso y completamente hipnotizado. Buscó una respuesta, algo que le disuadiera de la culpa.

—Creo que eso es obvio. ¿Pero por qué crees que yo la maté?

No aceptó ni negó nada, dejando confundida a Myriam. Aunque ella ya sabía de lo que era capaz, aun así, seguía sorprendiéndola. ¿Cómo podía atreverse a jugar, lastimar y matar a una persona sin siquiera sentirse mal? ¿En realidad era tan inhumano o sólo fingía serlo? Aunque ella quisiera creer que era la segunda opción, una parte de su mente le gritaba continuamente que era peligroso, muy peligroso.

—La mataste. —Fue una afirmación en vez de una pregunta —. ¡¿Quién era?! —demandó saber con autoridad.

—Una prostituta —soltó de repente, fastidiado por callarlo —. Teníamos que conseguir a alguien que nadie echara de menos, que al eliminarla no causara reclamaciones, y por supuesto que tuviera tu complexión o algún parecido contigo. Ella fue la elegida, en realidad fue muy fácil. En los prostíbulos de barrios bajos nunca piden identificación y esas cosas. Conseguir una mujer es demasiado sencillo, sólo necesitas pagar por ella —informó la crudeza que lo caracterizaba.

El miedo viste con ropa de marcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora