—¿Cuántas patas tienes? —preguntó Michael pegando la boca al otro lado de la puerta cerrada.
—Dos —contestó Reby, con la voz amortiguada por el chisporroteo del agua.
Ese día, ella no podía postergarlo más, debía ducharse, lo cual la ponía endiabladamente nerviosa y a Michael el doble. Sin embargo, esa vez por experiencia habían tomado todas las precauciones posibles.
Muy temprano por la mañana, Michael cargó un balde con agua templada, una botella de shampoo que robó a su hermana y una gran bolsa de plástico, luego llevó a Reby a un rincón del campo, alejados por un kilómetro de casa.
Con los nervios ardiendo en su piel, ella se sentó en una roca mientras se envolvía la espalda con la bolsa y sentía los dedos mojados de Michael masajeando su cabeza.
Ya habían hecho aquello una vez y resultó terriblemente mal.
Espantosamente mal.
No obstante, para su gran sorpresa y alivio, todo había salido bien y horas después con una cabellera limpia, suave, reluciente y seca, era momento de pasar a la parte más aterradora.
Para ello, Michael la había guiado hacia una ducha externa tras los graneros. No se podían permitir correr riesgos en el baño dentro de la casa, así que Reby no objetó nada cuando vio el pequeño cubículo hecho de tablas de madera tan vieja que estaba podrida y grisácea, las bisagras así como la ducha oxidadas y totalmente carente de techo, dejándola casi a la intemperie. Parecía que seguía sosteniéndose por obra de tres milagros.
Como si pudiera escuchar las preguntas en su mente, él le explicó que la gente de campo solía bañarse al aire libre con agua helada pues creían que eso aumentaba sus defensas inmunológicas. Reby no estaba muy entusiasmada con esa idea, pero como al mal tiempo había que darle prisa, se recogió el cabello en un moño y se cubrió la cabeza con una gorra de baño (previamente tomada de las cosas de Bianca). Michael le tendió una toalla y Reby abrió la puerta de la desvencijada e improvisada ducha. Varios trozos de madera se despostillaron y cuando estuvo en interior y comenzó a quitarse la ropa con inseguridad, rezó por que la estructura no se le fuera a caer encima mientras estaba desnuda, enjabonada y con una ridícula gorra de patos en la cabeza.
Michael permanecía afuera, por supuesto, con un hombro apoyado contra la puerta mientras que con la otra mano golpeaba impacientemente el cañón del revólver de dardos contra su muslo. Cada vez que escuchaba un pequeño movimiento dentro de la ducha, sus dedos se crispaban en torno al gatillo y tenía que preguntarle a Reby cada dos por tres si estaba bien, si seguía siendo humana, si seguía en dos patas o si aún no le había crecido pelo por todas partes.
—El agua está helada —dijo ella con voz temblorosa.
—¿Sigues arrinconada en una esquina?
—Ya no... Espera ¿cómo sabes que...? ¿Puedes verme? ¿Esta cosa tiene agujeros?
Michael apoyó la espalda contra la puerta, se cruzó de brazos y sonrió.
—Veamos —dijo él con voz divertida— ¿Ahora mismo estás cubriéndote tus partes secretas con las manos y tienes esa mirada que siempre haces como si fueras a lanzar rayos láser por los ojos?
—¡Pervertido! —gritó Reby y Michael comenzó a carcajearse.
Hasta que ella hizo un cuenco con las manos para acumular agua y la arrojó por encima de la puerta.
Cuando oyó a Michael quejarse, supo que su puntería había acertado y sonrió victoriosa.
—¡Oye! Era una broma, no te estoy espiando, solo adiviné.
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Te quiero, pero voy a matarte
RomanceSegunda parte de "Lo que todo gato quiere" Sinopsis Cosas que debes hacer si tu nombre es Reby Gellar: 1. Por nada del mundo entres en contacto con el agua. 2. No caces gatos. 3. No te enamores del amor de tu vida. 4. No te comas al amor...