La mayor historia de amor 4. Qué título más largo, zeñóh.

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Aquella mañana, Pablo parecía un oso panda. Al menos, se dijo a sí mismo, las ojeras eran de su color favorito, el morado.
No probó casi el desayuno y justo después de comer, salió a la cubierta del barco.
Allí lo encontró Pedro, en la proa, mirando al mar solitariamente. Se le veía triste. Quizá hubiera sido duro con él, quizá debió haberlo hecho más suave. No había parado de pensarlo en toda la noche. Pero qué importaba eso ahora, había ido hasta allí con toda su valentía de macho men para reconciliarse con él.

- Pablo- dijo acercándose.

Él se volvió lentamente.

- Yo... quería decirte... Me lo he pensado mejor y...

Pablo sonrió y se llevó un dedo a los labios, pidiéndole que guardara silencio.

- Ven -le dijo-. Cierra los ojos.

Pedro vaciló.

- Venga, no te pongas nervioso.

Cerró los ojos y sintió como Pablo le agarraba la mano. Le puso delante suya e hizo que se subiera al último palo de la barandilla que rodeaba la proa del barco.

- ¿Confías en mi?- le susurró al oído.

- Confío en ti.

- Abre los ojos...

Pedro sintió el viento de cara mientras abría los ojos, y vio la inmensidad del mar, abriéndose ante él. Con las luces del atardecer, se volvía de un bonito color azul oscuro. Era lo más hermoso que Pedro había visto. Pablo hizo que extendiera los brazos y le agarró de la cintura. En ese momento, Pedro juró que eran infinitos.

***

Llamar camarote al sitio donde Pedro dormía era menospreciarlo. Tenía un salón enorme que hacía las veces de recibidor, dos cuartos de baño y habitaciones con sus respectivos vestidores. Las camas eran adoseladas y de matrimonio, a diferencia de las literas cochambrosas del cuarto que Pablo compartía con Íñigo como si estuvieran en un internado. Pablo odiaba ese mundo, pero debía reconocer que no se estaba tan mal, no le importaría vivir en él uno o dos días, en especial por las castacamas.
- ¿Quieres tomar algo?- le preguntó Pedro volviendo de su cuarto con un batín azul marino.
- No, gracias.
- Bueno, y quieres... ¿hacer algo?

Se produjo un silencio algo incómodo. "¿Besarte cuenta" pensó Pablo con la parte dramáticotelenovelesca de su cerebro.

- Podemos jugar- susurró Pedro al fin, acercándose lentamente a Pablo.

- ¿A qué?- "¿De veras me está pasando esto o me han dejado secuelas psicológicas los tirones de pelo de la Soraya?"
- A lo que tu quieras...
Pablo abrió la boca para soltar una guarrada, pero Pedro lo interrumpió.
- Tenemos Uno, Monopoly, Risk, el tradicional Parchís, aunque no puedes ser el rojo, porque Soraya me tiró las fichas y compró unas naranjas; el Cluedo, el Pictionary...
- El Pictionary está bien - dijo perplejo.
Al final acabaron bastante picados con el juego, y pasaron tanto tiempo haciendo garabatos que a Pablo se le olvidaron todas las guarrerías en las que había pensado.
- ¿Y eso qué es?
- Pablo, ¿acaso no reconoces la dignidad cuando la ves?
- En fin, ahora me toca a mi.
Pablo se ruborizó un poco al leer la tarjeta, pero empezó a dibujar. Haciendo gala de unas insospechadas e increíbles habilidades pictóricas, Pablo dibujó a una mujer desnuda, con una baguette en las manos.
- Es una mujer.
- Enhorabuena, inspector. ¿Pero de dónde es la mujer?
- ¿De Francia?
- ¡Sí!
- Vaya, Pablo. Dibujas muy bien.
- ¿Te gusta? Si quieres un día te hago un retrato.
De repente, Pedro se quitó la camisa y se tumbó en el sofá.
- Pablo, dibújame como una de tus chicas francesas.
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Bueno, hemos vuelto. O eso creemos. El bloqueo del escritor (aunque dicho escritor escriba chorradas) es muy malo y el tiempo libre muy escaso. Intentaremos actualizar lo máximo posible, bendiciones y buenas noches.

¿Es esto un adiós?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora