Mi tabla de salvación

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Hay ocasiones en la vida en las que sientes que no puedes respirar, que te asfixias. Ocasiones en que todo pierde el sentido y ya no vives. Sólo sobrevives... Hasta que llega alguien, que en un primer momento no le tomas mucha importancia, pero con el pasar de los días se convierte en tu salvación.


Como cada sábado debía ir a las clases de canto que mi mamá me obligaba a cursar, con la excusa de que toda mi familia había asistido y yo no podía ser la excepción. Aunque debo confesar que desde hace un tiempo ya no renegaba por ir, incluso me gustaba. Al llegar solo estaban unos cuantos alumnos, el profesor y él. Me fui a sentar a mi lugar de siempre y sus ojos grises se posaron en los mios. Esos ojos que podían lograr poner en blanco mi mente. Me dedico una sonrisa y se la devolví a manera de saludo. La clase comenzó y él se puso a tocar la guitarra para que pudiéramos afinar. Ya hace más de un año que era el ayudante del profesor. Aún recordaba perfectamente como me empezó a gustar...
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Habían sido meses horribles, desde que le diagnosticaron cáncer a mi tía todo se había vuelto un caos. La trasladaron a Morelia la capital del estado donde se encuentra un hospital dedicado a tratar con esta enfermedad. Cada sábado mi mamá y mis tíos iban a visitarla y a reelevar a mi abuelita que la cuidaba toda la semana. Yo por ser menor de edad no me dejaban pasar por lo que me quedaba sola en mi casa leyendo. Intentando sumergirme en otra realidad que no fuera la mía. Ya fuera con vampiros, demonios, hombres lobo, todo era mejor que vivir lo que yo vivía.
Todo indicaba que las radiaciones estaban funcionando y que todo saldría bien. Un día antes de ese horrible día me avisaron que mi tía regresaría a su casa. Eso me alegro mucho. Ella era como mi segunda madre y yo era su sobrina favorita y después de casi un mes la volvería a ver. No me dejaron verla la tarde en que llegó pero me prometieron llevarme a día siguiente...
No le deseo a nadie vivir lo que viví. Quien podría imaginar despertar a mitad de la noche y comenzar a escuchar las voces de toda su familia. Al escucharlas supe que había sucedido lo que mas me temía, lo que no me atrevía ni a pensar. Puse atención a lo que las voces decían, pidiendo en silencio que esto fuera solo una terrible pesadilla. Lo peor de todo es que las lágrimas no venían a mi. Necesitaba llorar, desahogarme, pero algo me lo impedían. Fuera de mi cuarto en casa de mi abuelita hablaban de mover muebles, se escuchaban cosas moverse, puertas abriéndose y pasos por toda la casa. De repente escuche que nombraban a mi abuelita, la llamaban y pedían alcohol rápido. El miedo de apoderó de mi y salte de mi cama para después salir de mi cuarto. Me encontré con un sillón en el pasillo donde estaba mi abuelita con los ojos muy abiertos. No reaccionaba. Una de sus hermanas le ponía alcohol y otra le quitaba los zapatos. El pánico fue peor y no lo soporte.
-Mami-le grite y al parecer me escucho porque volvió en si de nuevo.
-Becca querida estoy bien tranquila.
La esposa de mi tío me regreso a la cama muy rápido me abrazo y se fue, pero yo seguía sin poder llorar. Oí mi puerta abrirse y mi mamá entro y se acostó a mi lado en la cama. En ese momento fue como si contuviera el aire y luego por fin lo soltara, comencé a llorar por mucho tiempo, me desahogue todo lo que pude. Llamaron a mi mamá y tuvo que irse y yo seguía lloran. Me calmé un poco y revise la hora, eran las 4 de la mañana. Cuando regresó mi mamá traía un te relajante que sabía muy amargoso. Me negaba a tomármelo pero me dijo que mis primos llegarían en un rato y necesitaban verme fuerte. Hize un gran esfuerzo y por ellos me calme.
Había demasiadas personas en el funeral, más de las que podían caber en la casa. Yo me negaba a salir de mi cuarto y me negué a ir al cementerio. Y así comenzó la tortura. No comía casi nada. Por las noches las pesadillas me despertaban y ya no podía volver a dormir por el miedo, incluso temía llegara la noche. En el día solo estaba en mi habitación leyendo o escuchando música y al caer la noche lloraba hasta dormirme y se repetía todo de nuevo. Así fue la primer semana después del peor día de mi vida. Mis fobias habían aumentado e incluso falte a la escuela.

El sábado siguiente mi mamá me rogó encarecidamente y casi me sacó a patadas de la casa con tal de que fuera a canto. Fui de malas y me senté sin intenciones de hacer nada. Ese día lo conocí. Nos anunciaron que sería el ayudante del profesor por un tiempo. No le preste mucha atención al principio. No me interesaba en absoluto pero su manera de tocar la guitarra me llamaba la atención. Dos semanas después mientras vocalizábamos nuestros ojos se encontraron. De inmediato me atrapo ese gris tan misterioso que parecía ocultar secretos oscuros y fue como un respiro en medio de la asfixia. Los días mejoraban, ya comía y salía de mi cuarto. Solo contaba las horas para volverlo a ver. Volver a observar eso hermosos ojos grises que me hacían olvidarme de todo. Una nueva adicción nacía dentro de mi, que me daba lo mismo que en los libros buscaba. Un nombre rondaba por mi cabeza a cada segundo sin parar: Jordan Engel.

Comenzamos a chatear poco después y a veces hablábamos en persona. Cada momento que pasaba con el me servía de anestesia en las noches y lograba olvidar mis pesadillas. Solo existía el pequeño problema de la edad pero no quería preocuparme de eso. Había encontrado mi droga favorita, más interesante que cualquier libro. Él era mi nuevo libro favorito , un suspiro en medio de la asfixia, mi tabla de salvación cuando me ahogaba en un mar de dolor. El amor me había salvado.
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La clase había terminado y como cada semana Engel me acompañaba a mi casa. Guarde mis cosas y lo espere un poco, de pronto vi a Kendra y a su hermana. Aun tenia el ojo un poco morado de la pelea en la escuela. Me lanzó una mirada de odio y se acercaron a Engel. Comenzaron a decirle no se que cosas, mientras Kendra le acariciaba el brazo. Ella me miró y sonrió con arrogancia. Esa era su venganza hacia mi por la pelea. Hice como si no me importara, respire profundo y salí con la cabeza en alto del lugar. Mientras caminaba lágrimas rodaban en mis mejillas. El enojo me consumía tanto que casi podía ver rojo. Me detuve un momento, no podía dejar que ella ganara. Me seque las lágrimas y seguí mi camino. Llevaba casi cuatro cuadras de avance cuando escuche que me llamaban.
-¡Rebecca espera!
Di media vuelta y lo vi. Engel venia corriendo hacia mi. Su cabello se había alborotado un poco por la corrida. Se veía tan guapo que casi me hizo suspirar. Sus ojos grises me miraron y como de costumbre mi mente dejo de funcionar.
- ¿Por qué no me esperaste?
-Es que te vi muy ocupado platicando con Kendra y su hermana y no quise ser importuna-intente que mi tono no denotara celos ni nada por el estilo pero al parecer fallé. Si se dio cuenta o no ya no hizo comentarios al respecto. Solo seguimos caminando y hablando de otras cosas. Al llegar a mi casa hubo un pequeño silencio incomodo.
-Bueno nos vemos -dije un tanto nerviosa
-Si cuidate - se acercó y me dio un beso en la mejilla que si se hubiera recorrido un par de centímetros más hubiera sido perfecto en los labios. Nos sonreímos y él siguió caminando. Entré a mi casa y corrí a mi cama deseando que la próxima vez el beso se completara.

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