7

247 20 5
                                    

Firmé el permiso, aunque no me hacía mucha ilusión estar enmarcado en las paredes de una exposición de arte

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Firmé el permiso, aunque no me hacía mucha ilusión estar enmarcado en las paredes de una exposición de arte. De todas maneras, no había ni siquiera visto el dibujo de Isabelle, y no creía que pudiese ser muy exacto. Tal vez ni me reconocerían.

Fui a visitarla ese mismo día, a las cinco de la tarde, porque tenía mucha tarea. Le pedí a mamá sopa de pollo y se la llevé. Allí fue cuando conocí a la señora Presley.

La maldita señora Presley.

Era una mujer bien vestida, con piernas larguísimas y blancuzcas. Olía a perfume caro y cremas. Su cabello era castaño y brillante, largo y liso, parecía muy suave, pero jamás pude comprobarlo.

Llevaba el mismo tono de labial que Isabelle.

Su rostro parecía haber sido tallado sobre porcelana. Piel lechosa llena de pecas y una nariz de botón totalmente adorable. Cejas pobladas y bien depiladas, pestañas que batían rápidamente para conquistar a quien sea que tuviese en frente. Su sonrisa centellaba cuando abría la boca para hablar y noté que cuando lo hacía su labio inferior se inclinaba ligeramente hacia la izquierda. El parecido que compartía con Isabelle era espeluznante, y el hecho de que alguien tan cruel como Carlotta Ducey de Presley sea el reflejo de alguien tan dulce y amable como su hija era aún más aterrador.

No lo digo solo para ponerme del lado de Isabelle, o por contribuir al porcentaje de hijos que odian a los padres; en realidad era mala. Ahora que lo pienso, tuve un mal presentimiento desde el primer momento en que la vi.

Me invitó a entrar, fue amable, y parecía normal. En mi cabeza no había razones para secundar todas las historias y quejas de Isabelle; la señora Presley parecía ser una madre común y corriente.

Pero todo fue cambiando eventualmente.

Me encontré sentado en la sala de estar escuchándola parlotear sobre lo desubicada y poco colaborativa que era su hija, sabiendo que todo era una vil mentira de su parte y pensando, Dios, perdóname por lo que voy a decir, pero es una maldita serpiente.

A medida que el día iba avanzando y las nubes empezaban a quedarse sin lluvia y alejarse, dejando a la vista el atardecer, el sol escondiéndose por detrás de las montañas por parsimonia y dejando que un halo de luz azulada envolviese el pueblo, su verdadera personalidad iba saliendo.

Era casi como un hombre lobo frente a la simple mención de la luna llena.

Parecía no importarle mi presencia; es más, me sentía totalmente ignorado.

Las primeras palabras que le dirigió a su hija mientras yo estaba presente, fueron como veneno inyectado con malicia, directo en una vena. Lo hacía con malas intenciones. Sospeché que lo que en realidad quería era verla retorcerse en el frío suelo, pero por la cara que puso mi pelirroja, supe que no le importaba, que estaba acostumbrada.

WILDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora