—¿A dónde se irán?
—Europa.
El padre de Isabelle tenía millones de contactos alrededor del mundo, y resulta que una de las bases en donde más amigos tenía era Italia. Llegaría a casa de uno de ellos, hasta encontrar un departamento fijo, aprender el idioma, y buscar la ayuda adecuada para su hija. Lo había escuchado hablando por teléfono tranquilamente con uno de sus socios, contándole apenado que, ante la resistencia de su hija al tratamiento, buscaría una clínica para ella apenas se hubiesen instalado, y con el dolor latente en mi pecho, me aleje de la puerta pensando que, aunque no estuviese de acuerdo porque Isabelle era un alma libre que merecía correr por las calles riendo y feliz, estaba viviendo una fantasía y en realidad necesitaba la ayuda. Era lo mejor.
Parecía más un sueño que cualquier otra cosa.
Cuando estaba con ella trataba de no pensar en todo que pasaría eventualmente, en cómo se llevaría consigo parte de mi vida, y mi corazón entero, pero cuando la veía, recordaba que pronto llegaría el maldito fin del mundo, y que nadie iba a salvarme. No había nada que pudiese hacer.
Trataba, pero no podía evitar quedarme hasta la madrugada, despierto, con las sabanas pegadas al sudor de mi espalda y pecho, mientras mi mente imaginaba un mundo en el que podíamos estar juntos sin lastimar ni causar daño a nadie, por muy poco que llegase a durar, pero aun rebuscando en los más recónditos lugares, no podía encontrar una solución.
La decisión ya estaba tomada.
Así que allí estaba yo, ayudándola a envolver todas sus pinturas, cuadros y lápices en plástico de burbujas y papel, y poniéndolo todo en cajas.
Conocía todo ese proceso de mudarse de ciudad y dejar toda una vida atrás, había pasado por ello y tenía muchas cosas que decir, pero en lugar de darle una charla sobre las nuevas oportunidades que tendría, que el cambio es bueno, que la vida mejorará y todas esas estupideces que no le sirven a uno de nada y solo consiguen ponerte melancólico, le enseñé a enrollar pinceles en calcetines para ahorrar espacio, a meter sus accesorios en zapatos, a esconder dinero en su bolsa de artículos personales y ocupar menos espacio en la única maleta que podía llevar.
Su cuarto poco a poco iba tornándose más sombrío. El eco que provocaban las zuelas de nuestros zapatos hacía que mi estómago diese una vuelta completa y un nudo enorme se asentara en la boca de mi estómago.
Y mientras Ashton —quien se había ofrecido como voluntario para ayudar a Isabelle a empacar—, revoloteaba de un lado a otro, armando cajas y sacando su ropa de los cajones, Isabelle estaba a mí lado, tratando de prestarnos atención a los dos, que demandábamos todo su tiempo.
—¡Esta caja sería un perfecto escondite! —exclamó, metiéndose en ella de a poco—. Isabelle, ¿sabías que soy el rey de las escondidas?
—¿Qué? —levanté la cabeza de la caja en donde estaba metiendo sus cuadros—. Después de mí, claro.
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WILD
Teen Fiction"You make my heart shake, bend and break, but I can't turn away and it's driving me wild" La vida era simple y tranquila, como un domingo por la mañana, cuando no hay trabajo, ni escuela, ni ganas de salir de la cama, hasta que a la vida de Michael...