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Diciembre, 1987

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Diciembre, 1987

Isabelle,

¿Ya has contado todas tus estrellas?

Olvida lo que he preguntado, seguramente eres una de ellas ahora.

Siempre lo fuiste.

¿Recuerdas que alguna vez te conté que quería ser un escritor?

Bueno, hace algunas semanas decidí enviar un manuscrito a una editorial, esperando que leyeran esa alborotada maraña de ideas que escribí. Fue idea de papá, y lo hablé con mi psicólogo, quien estuvo de acuerdo. Es un poco egoísta de mi parte, lo sé, pero me conocías, era un caprichoso y egoísta bastardo. Bueno, hoy me ha llegado una carta, diciendo que van a publicarlo.

¡Van a publicar mi diario!

Sí, en el que habló sobre ti. En el que cuento nuestra historia y me lamento en la mayoría de páginas.

No sé cómo lo he logrado, tan solo lo he hecho. Tal vez es que de alguna manera lograron percibir que todo era real y les pareció tierno. ¿Puede ser?

Solo quería contártelo y decirte que esta es, probablemente, la última carta que te escribiré.

No te enojes, por favor, es solo que pienso que ya es hora de dejarte ir. Te estoy reteniendo en este mundo vano y sin esperanzas, y lo único que hago es hundirme en la miseria al ver que no estás conmigo, pero imaginar que sí.

Y ya ha sido suficiente.

No puedo permitirme continuar siguiendo este camino con mi salud mental tal y como está. He decidido perdonarme a mí mismo. Claro que es difícil al no saber si tú lo harías, pero es un comienzo, porque ahora ya nunca sabré qué harías tú.

No pienses ni por un segundo que mi intención es olvidarte, o guardarte en un cajón de recuerdos que no abriré más, es más, me gustaría seguir recordándote todos los días de mi vida, pero quiero hacerlo con amor. Con alegría y no con la misma melancolía de siempre, con ganas de llorar y tirarme al suelo para morir.

Fuiste una de mis más grandes alegrías, llenaste mi mundo de color cuando estaba pálido y gris, me diste calor cuando tenía frío y lograste convencerme de que había razones para seguir viviendo, y creo que mereces ser recordada como una heroína.

Me niego rotundamente a seguir llorándole a tu recuerdo, porque en lo único que puedo pensar es en tu silueta enfadada, brazos en jarras y boca fruncida, pidiéndome que deje de ser un mártir, un dramático, y me levante del suelo para seguir con mi vida.

Y tienes razón.

Siempre serás esa persona que siempre estuvo allí para mí, quien me quiso con mis mil y un defectos, con mis pocas virtudes, que se quedó en las buenas y las malas, y me amó sin límites ni condiciones.

No te puedo asegurar que recordaré cada detalle de nuestra historia con exactitud, pues mi memoria no durará para siempre, y para eso está mi diario, pero si alguna vez llego a olvidarme de algún detalle, de tus labios rojos o tus miles de pecas, el tono de tu voz o la sensación de tus dedos sobre mi piel, quiero que sepas que no es mi intención, que lo siento, y que te amo.

Lo sigo haciendo.

Lo seguiré haciendo hasta que mi corazón deje de latir, e incluso después.

Espero que estés orgullosa de mí, tanto como yo de ti, de las pinturas que cuelgan siempre en la exhibición de la ciudad, de las vidas que marcaste.

Dejaste un vacío en todos, una huella color carmín. Lograste impactar.

Te extraño.

Lo haré siempre.

Gracias por hacer mi vida importante.

Siempre tuyo,

Michael Zane.

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