A veces me pregunto si es que escribo esto tan solo para no olvidarme de ella. Es doloroso tener que pensar por horas, tratando de recordar que fue lo que me dijo una tarde soleada en su patio, o como logró convencerme de salir al tejado o de darle de comer a Christopher aún con mi miedo de que me sacara un dedo a picotazos, y no poder recordar.
Nunca habló de su psiquiatra, nunca le pregunté sobre él. Sentía que si le preguntaba estaría faltándole al respeto por alguna razón. Además, tenía la sensación de que no le caía muy bien. Cuando llegaba de sus citas médicas, siempre tenía una cara larga, malhumorada y fastidiada.
—Gente estúpida —murmuraba entre dientes y luego notaba que yo estaba presente y se arrebujaba con una sonrisilla culpable en los labios.
¡Ugh! ¡Quiero hablar de tanto hoy!
Me apetece hablar de sus blancos hombros salpicados de pecas, brillantes bajo la luz del sol y de ese vestidito sin mangas que se ponía, color verde claro con puntos blancos que llegaba hasta sus lindos tobillos, pero si se descuidada mientras corría o saltaba como siempre lo hacía, bajaba lo suficiente como para tocar el suelo y dejar ver ese puntito rojo parduzco en medio de sus pechos que siempre trataba de cubrir y nunca podía.
Pero al mismo tiempo me gustaría escribir sobre aquellas tardes en las que corría hacia mí con su radio portátil que funcionaba con baterías —regalo de su padre: con mucho amor, mejórate— y me gritaba en medio de un ataque de hipo:
—¡Michael! ¡Michael! ¡Escucha esta canción!
Y dentro de la cajita color negro, brillando por lo nuevo, sonaba una tonada romántica, una de esas canciones que se suponía que nunca debías dedicarle a nadie, porque eran tan románticas que la única manera de dedicarlas era en Paris, bajo la torre Eiffel o llamando de una cabina de teléfono para cantarla con sentimiento. Y, aun así, a pesar de ello, Isabelle me agitaba de un lado a otro, desesperada.
—¿Estás escuchando? ¿Te gusta? —hipo— Te la dedico.
Me plantaba un beso en los labios y se paraba a seguir con su incesante caminar, sino era a bailar mientras Christopher la aplaudía desde su jaulita. El suave movimiento de sus caderas me tenía hipnotizado, totalmente hechizado, tanto que no podía ni moverme. La pequeña y tierna curvatura de su cintura me llamaba a sostenerla mientras se contoneaba. ¡Cuanto esfuerzo tuve que hacer por mantenerme sereno!
¡Me volvía loco!
Pensaba rimas y cánticos en mi cabeza que fuesen capaces de describir todo lo que veía en ella, pero me veía varado, y muchas veces ella me encontraba con las manos en la masa, estudiándola con la mirada fija en su rostro, sus manos o su cabello y me preguntaba qué demonios me pasaba, decía que parecía un loco sentado ahí mirándola como si quisiera hacerle una autopsia. Al final tuve que rendirme y le conté lo que aún no le había contado a nadie más, eso de lo que ni siquiera yo mismo estaba seguro.
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WILD
Teen Fiction"You make my heart shake, bend and break, but I can't turn away and it's driving me wild" La vida era simple y tranquila, como un domingo por la mañana, cuando no hay trabajo, ni escuela, ni ganas de salir de la cama, hasta que a la vida de Michael...