O N E

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Era un nuevo día y como todas las mañanas, Harry se levantaba a las seis AM, tendía su cama, se duchaba, se colocaba el uniforme escolar, desayunaba y salía temprano para llegar puntual al instituto.

Si... Esas cosas, simplemente no pasan.

A esa hora Harry era un manojo de ronquidos y rizos desordenados. Él estaba desparramado plácidamente en su cama, soñando quien sabe qué cosas, y roncando a todo pulmón. Pero, todo lo bueno llega a su fin, lo que significa que, a regañadientes, una de las criadas consiguió sacarlo de la cama. Todo un logro.

Se desperezo sin mucho éxito, y fue al baño para una ducha "rápida" (si con rápida nos estamos refiriendo a dormirse en plena acción). De alguna forma logro despertar, salir de la ducha hecho una uva pasa, colocarse el uniforme y bajar a desayunar.

El desayuno transcurría como siempre, silencioso y algo tenso, hasta que su madre decidió hablar "Harry, tu sabes lo difícil que fue para nosotros afrontar tu... problema" Dijo su madre con algo de repelo. Harry escuchaba atento, con el ceño fruncido, expresando su concentración "Y... Suponemos que también sabes lo que le hace a la imagen de la familia. Así que decidimos que lo mejor será llevarte a un psicólogo". Su madre suspiro y prosiguió "Sé que intentamos esto antes, y esperamos que cooperes esta vez." Harry asintió, concentrándose directamente en su desayuno luego de esa pequeña 'intervención'. Su chófer iría a buscarlo después de clases.

Los Styles eran una familia adinerada, dueños de una gran empresa, con dos hijos por demás inteligentes. Gemma, su hija mayor, se había graduado de la universidad hace tiempo. Era abogada y estaba viviendo en New York, trabajando en uno de los bufetes más importantes de toda la gran manzana, y viviendo en su propio pent-house. O bueno, esas eran las últimas noticias que habían recibido con respecto a ella. Hace dos años. 

Debido a las negociaciones y contratos que sus padres pactaban constantemente, estos no solían estar en casa muy a menudo, en realidad era casi un milagro que ellos estuvieran ahí esa mañana. Si es que no mencionamos el hecho de que viajarían a Japón en un par de horas, ya que habían negociado con una gran industria tecnológica del lugar.

[...]

 Fue a la escuela caminando, más por gusto propio que por necesidad. El día estaba espantoso, perecía que iba a llover en cualquier segundo. Afortunadamente logro llegar minutos antes de que una tormenta demasiado estruendosa surgiera.

 Como siempre, las clases transcurrieron lentas y aburridas. Sus compañeros se burlaron de él todo el día, lanzándole bolitas de papel o simplemente echándole en cara indirectas demasiado directas, que él no captaba.

[...]

 El día termino, el chófer llego tarde para recogerlo, provocando que se mojara debido a la tempestuosa tormenta, y lo llevo casi en un chasquido al psicólogo (uno de los privilegios de ser asquerosamente rico, era que las multas eran lo que menos importaba a la hora de conducir). Al parecer tenía que hablar previamente con la asistente hasta que este llegase. 

 Harry ya estaba casi dormido en la silla cuando escucho el pequeño "click" de la puerta. Giró la cabeza en dirección al ruido, y vio al ser humano más hermoso que haya pisado la tierra. Era solo un poco más alto que él. Tenía el cabello lacio, peinado casi sin cuidado alguno hacia un lado, los ojos de un azul cielo impactante y una sonrisa más perfecta que la de los comerciales de dentífrico. El rizado no tardó en ponerse rojo como un tomate apenas este lo miró.

"Tú debes ser Harry Styles ¿no?" pregunto él con un tono tranquilizador, Harry asintió casi frenéticamente, cosa que hizo reír al hombre "Pasa al despacho, iré en un segundo." Harry obedeció, y entro casi sin hacer ruido, como si necesitara permiso hasta para respirar.

El despacho no era muy grande. Había un escritorio central con una silla mullida de un lado y otra más pequeña del otro, papeles regados por todas partes (realmente se notaba que hacia falta una criada en aquella habitación, más no era lo que interesaba), una pequeña biblioteca repleta de libros y un par de cuadros aburridos. Un sofá en una esquina y, lo que más le llamaba la atención, un enorme ventanal. Sobre el escritorio había una placa labrada que decía "Louis Tomlinson" y así fue como Harry supo que ese era el nombre del muchacho de afuera. Él sería su psicólogo.

El mayor entró minutos después, con unas gafas puestas y una sonrisa brillante. Se sentó frente a él e hizo la pregunta más estúpida del mundo "Y... ¿de qué quieres hablar?".


Speak//Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora