La verdad es que me podría pasar días enteros en la buhardilla. Es como mi rincón de la casa; cuando yo era pequeña estaba inutilizable y papá y mamá lo arreglaron para Samuel y para mi. A medida que fui creciendo esta fue cambiando notablemente. No recuerdo todos los cambios y todas las decoraciones que ha sufrido con el paso del tiempo pero estoy segura de que ahora es como más me gusta. Tiene un gran ventanal que tiene vistas a toda la ciudad, al abrirlo hay una terraza impresionante, con varios asientos una mesa de centro y algunas guitarra y demás instrumentos de cuerda. Dentro es toda de madera, insonorizada para poder tocar allí sin molestar a los vecinos, hay televisiones y consolas, además de un pequeño estudio de grabación. También dispone de una cocina y un baño, para cuando pasamos allí tardes enteras. Hay una "habitación secreta", la de las paredes blancas, donde papá y yo escribimos y dibujamos. Es sin duda mi favorita.
Una vez arriba salí a la terraza y de una de las almohadas saqué un paquete de tabaco. No fumaba, pero lo encendía, me lo colocaba en los labios y de vez en cuando sí que di alguna calada. Simplemente me gustaba ver como se consumían, como poco a poco la muerte se esfumaba entre mis dedos, porque ese es el símbolo, la muerte, desde muy niña he asociado el fin de la vida a los cigarrillos. Cuando este se apagó por completo me senté en uno de los sillones y me estiré para alcanzar uno de los bajos que tenía más cerca, uno rojo. Lo conecté a un amplificador y empecé a tocar. Desde muy pequeña me ha encantado la música y me defiendo en bastantes estilo y no con pocos instrumentos. La verdad es que estoy bastante orgullosa de ello. Me incorporé en el sillón y cogí un cuaderno, me puse a escribir, no pensé, sentí. A los 25 minutos tenía una canción nueva que añadir a mi libro. No era la primera vez que me pasaba algo así.
-Anna, cielo, ya está la cena.
-Vale, papá. Ya bajo.
Bajé bastante rápido.
-Bueno, Anna, ¿qué tal llevas la recuperación?
Mi madre estaba tardando mucho en preguntarme.
-Bien mamá, bien. Ya no sé como decírtelo.
-Eso me dijiste la última vez y mira como estamos.
Pude notar la rabia en su voz, la verdad es que no me sorprendía.
-Sofía, por favor, tranquilízate un poco, se está esforzando de verdad.
-¡Pero si es igual que tú, Álvaro! Siempre se esfuerza mucho pero lleva 3 años igual.
-No creo que tengas mucha queja de mis notas, cuando aún suspendiendo Química mi media es de ocho y medio. ¿No te das cuenta? No voy a ser abogada mamá.
-Anna...
-No, Anna no, papá. No quiero ser abogada. Me parece genial que a ella le guste y estudiase tanto para ello, pero yo no quiero hacer eso. No quiero pasarme la vida ayudando gente sin que nadie me ayude a mi, quiero vivir un tiempo libre, ¡ni si quiera sé que quiero estudiar!
Todo se quedó en silencio, cada uno miraba hacia abajo, removiendo la comida en los platos, mamá me miró.
-No quiero que seas como yo, hija. Quiero que sigas llevando el pelo así de largo y rizado y no te lo recojas todos los días, quiero que aproveches esos ojos que tienes y no los machaques con maquillaje. Quiero que hagas lo que te gusta, Anna. Si fueses como yo nunca te casarías con alguien como tu padre, ¡ni yo me casaría con tu padre!
-¡Eh, pero bueno! ¿Cómo que no? Joder, Sof, ya veo lo que me quieres.
-Hacía siglos que no me llamabas Sof.
Mi padre llamaba Sof a mi madre cuando eran novios porque Sofía le resultaba demasiado "estirado".
-Pues tienes razón, reina.
Después de haberlo hablado todo con un poco más de detenimiento recogí la cocina y me subí a mi habitación. Tenía que acabar un trabajo de filosofía y llevaba todo el día sin hablar con Alex.

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Ruinas
Teen FictionLa vida de Anna, una chica de diecisiete años, era como la de cualquier chica de su edad, pero Anna era distinta, puede ser por el reconocimiento de su padre como artista, o por el puesto serio e importante de su madre en la ciudad. No tenía muy cla...