Capítulo siete

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-¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí?- pregunto mientras entro a una sala, esposada, como no

"Te sedaron en el camino. Ahora estás en un juzgado"

-¿Qué es eso?

"El lugar donde juzgan a las personas que han hecho cosas malas"

-¡Pero yo no he hecho nada malo!- lloro

Los policías me obligan a sentarme y una vez en la silla, me quitan las esposas.

-Yo no he hecho nada...- susurro

El tiempo pasa, las personas hablan, Patoso insulta, mamá llora, los girasoles se burlan de mí y yo no entiendo nada.

La mujer a la que todos llaman "Jueza" da un martillazo en la mesa y todos se levantan.

Las esposas vuelven a mis muñecas y yo vuelvo al coche policial.

-¿Dónde me llevan?- preguntó a los policías

Nadie responde

-Quiero irme- ellos me ignoran- ¡Quiero salir! ¡No pueden retenerme!

Intento abrir la puerta pero no se abre, han puesto el seguro

"Tienes que huir de aquí" dice Patoso "Tienes que correr, correr lejos, donde nadie te alcance"

Sus palabras me ponen más nerviosa

-¡Quiero irme a casa! ¡Abrid la puerta!

"¡Tienes que irte!" Me apura

-¡La puerta no se abre!- le contesto

"¡Rompe el cristal!"

-¡No tengo nada con que romperlo!- empiezo a llorar

"¡Pues con la mano!"

Le doy un puñetazo al cristal pero este no se rompe.

Ahora me duelen los nudillos.

-¡No funciona!

Empiezo a estresarme.

De repente el coche se vuelve más pequeño.

Me agobio, necesito aire.

Sale un girasol, uno gigante.

Sus pétalos van cayendo hasta quedar en mis manos.

Manos manchadas de sangre.

Sangre tan roja como la de la jardinera.

Los pétalos se manchan, ahora son rojos.

Y queman.

Arden en mis manos.

Su fuego tan rojo como la sangre.

La sangre de la jardinera.

El humo entra en mi boca.

Me ahogo.

El girasol se ríe.

Patoso llora.

Me siento viva.

O tal vez no.

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