Capítulo quince

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Recordar.

Recordar es rememorar algo que ya ha pasado.

¿Pero y si lo he olvidado?

Patoso decía que las cosas que caen al olvido jamás se recuperan.

Algo así como la basura de la memoria.

Pero las cosas que van a la basura son inútiles, inservibles o irrelevantes.

Lo que tengo que recordar es importante.

Entonces, ¿por qué lo he olvidado?

¡Es absurdo!

Soplo para apartarme aquel mechón que siempre se escapa de la coleta.

Odio esta camisa, no me deja moverme.

Es blanca y tiene correas en la parte de atrás

Pero lo extraño es que las mangas están atadas de un modo en el que me obliga a tener los brazos cruzados.

Pero supongo que así es la moda.

Aunque yo prefería la ropa de antes...

Aquel mono naranja que todos llevábamos era muy cómodo

¡No te distraigas!

Resoplo

-Sería mucho más fácil si me dijeras que tengo que recordar.

Un momento, nada más. Tan solo tienes que recordar una hora de tu vida, una hora que te marcó para siempre. Pero eres tan inútil que ni eso puedes hacer.

-¿Por qué no me cuentas lo que pasó y listo? Terminaríamos más rápido.

Las cosas no van así.

Odio esto.

Me tumbo en el suelo acolchado.

Todo en esta habitación es blanco y acolchado.

De un color tan blanco y enfermizo, como las plumas de Patoso.

Lo que me recuerda que ya no tengo su pluma.

Esos idiotas no me han dejado cogerla.

Aunque tampoco me serviría de mucho aquí...

El caso es que me gustaba más la habitación de antes.

Aquella que compartía con Wendy

Me pregunto si habrá superado el trauma que tiene con la fruta.

No, eso es imposible.

Seguramente me habrá asignado una a mí también.

Me pregunto que fruta seré...

¡Leila! No te distraigas... ¡Tienes que recordarlo!

Ruedo los ojos

-No quiero recordarlo ¡Ya estoy harta!

Tienes que hacerlo, tenemos un pacto, ¿recuerdas?

-Sí, y acordamos que me sacarías de aquí ¿Y adivina qué? ¡Aun sigo encerrada!

Para salir debes recordar

-¿Por qué? ¡No tiene sentido!

Tú solo hazlo.

Cierro los ojos con fuerza.

Concéntrate. Busca el día en que todo cambió.

Respiro hondo.

El día en que todo cambió...

Abro los ojos.

Girasoles.

Un montón de altos y espléndidos girasoles.

Roban la luz del Sol.

Y me dejan en la sombra.

Una sombra fría y oscura.

Pero a mí me gusta esa sombra.

O me gustaba.

Porque ellos me hicieron odiarla como los odio a ellos.

Y otra vez llego a lo mismo.

Siempre es igual.

Siempre hay girasoles.

-Esto no funciona Susan

No funciona porque no te esfuerzas.

Vuelvo a cerrar los ojos.

Estoy en el jardín de mi casa.

En mitad del campo de girasoles.

Son más altos que yo.

Miro mis pies.

Son demasiado pequeños.

Y mis piernas son más cortas.

Parece que vuelvo a tener cinco años.

Se escuchan risas.

Corro hacia ellas pero los girasoles no me dejan pasar.

El jardín es demasiado grande, los girasoles demasiado altos y yo demasiado pequeña.

Lloro

No me gusta estar aquí de nuevo.

Pero nadie me ayuda.

Veo algo entre las sombras.

Es un hombre.

Los girasoles lo ocultan.

Ellos son su cómplice.

La jardinera aparece.

Me coje y me saca de allí.

-Mamá- lloro

Pero ella ya no es mi madre.

Ella ya no responde a ese nombre.

Entonces lo veo de nuevo.

Y todo pasa igual que esa vez.

Enhorabuena, lo has recordado.

Abro los ojos.

Estoy de vuelta en la habitación acolchada.

-¡Yo no quería recordar eso! ¡Yo no quería nada!

Pero tenías que hacerlo. Olvidar no es bueno.

-Yo solo quería salir de aquí- gimoteo

Susan ríe.

Su voz se desvanece en el aire.

Ahora su sangre es mía.

Ha roto el pacto.

Pero para cuando me quiero dar cuenta ya es tarde.

Ella ha conseguido lo que quería.

Ella ha acabado con lo único que me hacía un ser humano.








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