Prefacio

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La carta número doce había llegado a su puerta

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La carta número doce había llegado a su puerta. Era una rutina y aunque quisiera negarlo algo en su interior sentía la una chispa inconfundible. Todos los meses recibía una carta sin remitente y todos los meses la guardaba en una caja como si fuese parte de un tesoro.

Era diciembre, justo el día de navidad. Los copos de nieve  brillaban entres los últimos rayos de sol del atardecer pero sus ojos no estaban centrados en algo tan mundano como las tonalidades del cielo, ellos estaban fijados en el sobre entre sus manos. Su corazón palpitaba cada vez más rápido y el borde de la cama parecía un precipicio en picado al vacío. 

Sus dedos empezaron a arrastrarse sobre la forma del papel rojo como si pudiera acariciar el rostro de aquella persona que lo envió. 

—¡No debería!— El susurro del papel al romperse interrumpió su propio murmullo. 

El contenido de la carta se dispersó sobre la sábana blanca y las comisuras de sus labios  se extendieron, en una tenue sonrisa que iluminó su rostro. Una mariposa de papel inundó la habitación con su dulce aroma floral. Un mechón de pelo y, finalmente, la carta que tanto ansiaba leer.

Me gusta imaginar que tus besos saben a una mezcla de sangre y menta.

Cada día te anhelo más, pero soy paciente, porque cuando nos encontramos tu ser será mío

 Sé que cuando te tenga, no podré detenerme hasta que me sacies por completo. 

En cuerpo y alma. 

Pero si me sacias, ¿qué haré contigo? Todavía estoy pensando en eso.

No quiero cansarme de ti.

Porque si me canso, tendré que hacer que desaparezcas de mi mente.  Eso es muy difícil. Me lo dijo el doctor.

Tal vez sería más fácil enviarte con los angelitos

¿Te gustaría? Verlos volar y cantar.

Creo que nunca te he contado que una de mis fantasías es corromper a un angel hasta que caiga al infierno.

Te amo.



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¿Quién crees que envió esa carta?

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