4. Obediente

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El tono de llamada de mi móvil se interpone entre las difusas escenas de mi sueño hasta que logra sacarme de este

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El tono de llamada de mi móvil se interpone entre las difusas escenas de mi sueño hasta que logra sacarme de este. En cuanto abro los ojos,
los sucesos de las ultimas setenta y dos horas se encargan de bombardear mi mente en una serie de perturbadoras imágenes. Dejo caer mi rostro entre las palmas de mis manos y tomo una profunda bocanada de aire. Mi móvil continúa taladrando mis oídos, como si las paredes blancas de mi habitación fueran parte de un equipo de sonido de alta tecnología.

—¿Hola?

—Buenos días, abre la puerta, ángel.

—¿Estás aquí?— musito y retiro la manta de mi cuerpo.

—Llevo aquí unos minutos.

—Ahora te abro.

Mis piernas tiemblan con cada paso que doy y mi detengo por un momento en el espejo de la entrada. En estos dos días solo he salido de la cama para ir al baño, la chica de ojos grises en el reflejo es un claro recordatorio de ello.

Mis mejillas estás marcadas por las manchas de mis lágrimas, intento frotarlas con mis dedos y me detengo al notar la sangre seca en mis manos. Ni siquiera he tenido la energía suficiente para ducharme o cambiarme de ropa. Solo puedo pensar en él y el chico tendido sobre la camilla con un agujero en la frente.

—No quiero que me vea en este estado— protesto para mí misma.

El timbre de la puerta suena otra vez y mi mano dubitativa desbloquea la cerradura. Lo primero que veo es a Cameron con los dedos entre los mechones rubios de su cabello .

Sus iris azules se oscurecen llenos de preocupación. —Necesitaba comprobar con mis propios ojos que estás bien, ángel.

—No estoy bien, Cameron.

Escondo el rostro tras una cortina de rizos enredados que desaparece cuando sus dedos levantan mi barbilla con suavidad. Toma todo mi autocontrol retener las lágrimas que arden en mis ojos, y es la calidez de sus labios en mi frente lo que me lleva a desmoronarme.

Mi cuerpo tiembla entre sus brazos con cada sollozo; estoy en mi lugar seguro, el único lugar en el que no importa cuántas veces caiga al vacío porque Cameron siempre estará ahí para levantarme.

—Lo sé, ángel. Perdóname por no haber venido antes.

—Había sangre... P-por todas partes... — Tartamudeo, luchando por controlar mis palabras entrecortadas—. No pude ayudarlo, Cam.

—A veces no podemos salvar a todo aquel que necesita nuestra ayuda. No deberías de haberte arriesgado— su voz tiene un matiz reconfortante, incluso cuando me está regañando.

Mis piernas fallan y sin dudarlo Cameron me levanta entre sus brazos, acunando mi cuerpo contra su pecho. Él empieza a recorrer el camino de madera entre el salón y el baño de mi habitación. En aquel instante, cierro los ojos, me quiero concentrar en el familiar aroma de su perfume y los latidos de su corazón.

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