2. Corromper al angelito.

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El sabor metálico de mi propia sangre me obliga a liberar mi labio inferior, ese momento de distracción es suficiente para que el desconocido desaparezca en la noche

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El sabor metálico de mi propia sangre me obliga a liberar mi labio inferior, ese momento de distracción es suficiente para que el desconocido desaparezca en la noche. Entonces, el miedo se va disipando por mi sistema y el asfalto parece enfriarse de repente.  Al juntar las piezas del puzzle llego a la conclusión más sensata. Esa persona, como muchos otros criminales de bajo calibre, usa el anonimato de la madrugada para dedicarse a numerosas actividades delictivas.

«No es un asesino; probablemente es un inadaptado social».

Mis dedos temblorosos se las arreglan para desbloquear mi móvil. Necesito irme de aquí lo antes posible. Sin embargo, no encuentro mis llaves por ninguna parte y el conejo observa mi frustración con sus enormes ojos rojos.

—Das un podo de miedo— susurro, apuntando la linterna en su dirección.

El conejo se impulsa con sus patitas y el caos se desata, en una persecución. Mis pasos resuenan en el asfalto, un eco persistente de mi carrera, mientras la bola de pelo blanca zigzaguea y toma más velocidad. Los dos giramos en una esquina y nos adentramos en un callejón sin salida , su desesperación es palpable en cada movimiento errático de su pequeño cuerpo. El animalito me roba la victoria al esfumarse con un último salto en lo que parece ser una alcantarilla.

«Esto no se podría poner peor. La noche entera parece una broma de mal gusto».

Me arrodillo cerca del agujero con la respiración entrecortada. Mis labios se juntan en una fina línea y mis pensamientos caen en la imagen de una rata mordiendo mis dedos.

«¿Qué tan cruel sería dejar que la naturaleza siga su curso?»

Cierro los ojos, exhalo. Mi corazón me grita que debería de tener un poco de compasión por él. Mi cerebro me riñe por mi insensatez. Mi cuerpo decide por sí solo y extiendo mis dedos dentro de la oscuridad de ese lugar,  buscando el suave pelaje del conejo. Su cuerpo tiembla al sentirme, con un firme movimiento lo sujeto y lentamente lo saco del agujero. El conejo se escapa en un ágil salto, junto a mis esfuerzos

—¡Dios!— chillo en voz alta y me siento en el suelo con los parpados cerrados, sin importarme que tan sucio esté.

Siempre he clasificado las situaciones como casos e hipótesis. En el caso uno la situación es fácil de controlar y no presenta un gran problema para mi vida con la hipótesis de que todo saldrá bien. En el caso dos una persona externa es la causante, dejándome un mínimo grado de control, con la hipótesis de que no todo está perdido. El caso tres es mucho más complicado, el exterior, destino, Dios, los astros, lo que sea que controla el universo, es la causa y yo tengo cero control sobre la situación. Lo que nos lleva a la hipótesis de que no hay salida.

Creo que ahora mismo me encuentro en el caso dos y rápidamente el dos se convierte en un tres.

Una vez más lo escucho.

HailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora