A la mente humana le fascina jugar, es retorcida e impredecible. Se supone que nosotros la controlamos o al menos eso creemos. Sin embargo, nuestro control sobre ella termina en nuestro punto ciego, en nuestra debilidad. Ese punto es el puente entre la realidad y la locura, cada uno decide construirlo con un material diferente y destruirlo con el arma perfecta. El problema es que ese puente pasa por tantas cosas a lo largo de la vida que el simple silbido del viento lograría derribarlo.
Ahora mismo me encuentro a la mitad de ese puente y quizás por eso he decidido que sería buena idea detenerme, a la una de la mañana, sola y a unos minutos de perder el último autobús a casa. Mi intuición me grita que corra lo más rápido y lejos posible, pero no le hago caso porque sería incapaz de abandonarlo aquí.
—¿Te has hecho daño?— murmuro, agachándome para examinar al pequeño conejo que se acerca a mí mano y mueve la nariz olfateando.
Su blanco pelaje está manchado de sangre y esta se mezcla con las gotas de lluvia. Frunzo el ceño acariciando sus orejas y sintiendo pena por el animalito. Si alguien me viese hablándole a un conejo y acariciándolo como si no lo hubiese encontrado en la calle , diría que estoy loca.
Tal vez esto es producto de mi imaginación, es absurdo encontrarse a un conejo a estas horas y en una ciudad como Seattle. Nací y crecí en este sitio, conozco cada rincón y nunca he visto a uno de estos animalito fuera del parque.
Las gotas de agua ruedan por mi rostro y meto los oscuros mechones mojados detrás de mi oreja. El conejo tiembla entre mis manos mientras busco la herida de la que ha salido tanta sangre. Mi ceño se frunce aún más al no encontrar nada, el está en perfectas condiciones, no se queja de dolor, mueve la cola, las orejas y está alerta.
Tomo una gran bocanada de aire, me pongo de pie y peleo con la cremallera de mi bolso. Cuando consigo abrirla el conejo se acomoda en el bolsillo delantero.
—Mierda, mierda, mierda— lloriqueo empezando a correr hacia la parada del bus.
Mis zapatillas resbalan contra el asfalto mojado y casi me caigo unas tres veces, pero no me detengo. Puedo escuchar el tictac del reloj en mi cabeza, el tiempo se agota.
Entonces, frente a mis ojos llega el último autobús de la noche, una pareja está esperando a que se abran las puertas y sonrío. Mis músculos se tensan con cada paso, los altos edificios se convierten en una imagen difusa, no me puedo detener.
«¡Estoy cerca, muy cerca!»
El aire escapa de mis pulmones al ver la sonrisa del conductor mientras vuelve a retomar su ruta.
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Hail
RomanceA él no le interesa ocultar que los asesinatos son parte de su Currículum vitae. Él es maniático, posesivo, impulsivo y muy agresivo. Él necesita dominar todo aquello que entra en su vida. Para las autoridades su rostro es desconocido pero su nombre...