5. La deuda

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Hay un coche

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Hay un coche. Es negro, brillante y bastante caro. Parece el coche de una persona con una buena posición económica, porque creo que vale más que la mayoría de casas en esta zona de la ciudad. Sin embargo, todo eso es irrelevante, el meollo del asunto es que ese coche lleva ahí aparcado por tres días seguidos y en esos tres días no he tenido el valor de poner un pie más allá del pasillo de la entrada.

Nadie puede culparme, le tengo miedo, en realidad, tengo miedo de lo que Hail puede hacerme. Una búsqueda rápida en internet terminó, llevándome a un laberinto de noticias relacionadas con los crímenes bajo su nombre. Homicidios, contrabandos, secuestros y la lista continúa.

Soy una aspirante a abogada, una indagadora por naturaleza y necesito saber a qué me estoy enfrentando para poder ganar el juicio. Mi dedo se desliza por la pantalla de mi iPhone y junto los labios en una fina línea . La organización criminal Kingstom lleva jugando a ser Dios más de cuatro décadas, por lo que no existe un crimen en el que sus integrantes no estén involucrados. Las personas a las que han lastimado son incontables. No es necesario tener un doctorado en matemáticas para resolver la ecuación, tienen el poder suficiente para evitar ser condenados por la justicia.

Debo ser precavida, pero no debo dejar que el miedo a Hail me limiten. Este es un problema que cae en la hipótesis dos, una persona externa, Hail, es la causante, dejándome un mínimo grado de control, con la hipótesis de que no todo está perdido. Por lo que debo seguir con mi vida como si nada de esto hubiera pasado, como si nunca hubiera visto el rostro de uno de los criminales más buscados por la Interpol. Todo estará bien, esta es mi nueva normalidad.

Mi subconsciente me escudriña con las cejas levantadas y pregunta: «¿por eso sigues aquí dentro?»

Sacudo la cabeza. Sigo aquí dentro porque tengo que ser precavida, sensata.

Nunca me había gustado tanto esconderme en la pequeña y acogedora casa blanca en la que vivo. Menos mal que solo tiene una planta, así se me complica menos estar sola. Si la casa fuera de dos plantas pensaría constantemente en la posibilidad de Hail esperándome en la planta baja para asesinarme, descuartizarme y esparcir mis restos por todo el estado. Un escalofrío recorre mi espina dorsal.

Me pongo mi chaqueta azul y tomo el pomo de la puerta con la mano temblorosa. Maldigo el momento en el que decidí aplicar para hacer las practicas al otro lado de la ciudad. He faltado tantos días seguidos que el último email que recibí tiene la pinta de ser un ultimatum. Parece que quieren verme muerta.

«Venga, exhala e inhala. Otra vez. Exhala e inhala.» Me animo a mí misma, sólo me hace falta darme palmaditas de consuelo en la espalda.

Salgo al jardín delantero de la casa, donde el césped todavía alberga el rocío mañanero. Sin embargo, mi vista no se despegan del coche ese, las ventas están polarizadas por lo que no puedo distinguir quién está en el interior. Quizás, mi paranoia me está haciendo parar una mala jugada y ese coche es solo uno más entre las filas de vehículos que llevan meses aparcados en el mismo punto.

HailDonde viven las historias. Descúbrelo ahora