Capítulo 1

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Abrió los ojos bruscamente. Estaba cansada y encima no podía dormir. Se levantó de la cama, se acercó a la ventana y la abrió. Inspiró el aire fresco de la noche. Se frotó un ojo con cansancio mientras contemplaba el pequeño jardín de su abuela que había abajo. Su hogar sólo era una pequeña casa de apenas dos plantas que pertenecía desde tiempos inmemorables a la familia, por lo que todo aquel que entraba en ella podía respirar aquel aire a antigüedad que tanto le gustaba a ella.

Se frotó los brazos con frío y se alejó de la ventana para acercarse otra vez a la cama. Miró el reloj que indicaba las dos de la madrugada. Hoy era su cumpleaños, aunque no solo eso. Hoy también era el aniversario de la muerte de su madre.

Nunca había celebrado su cumpleaños. El día de su cumple era un día de tristeza, de mucho llorar y poco hablar. No había ni regalos ni celebraciones. Lo único que hacía era ir al cementerio a visitar la tumba de su madre.

No sabía mucho de ella, ya que su abuela no le hablaba mucho de su madre y cuando lo hacía, rompía a llorar o se volvía arisca con todo el mundo, por lo que había desistido de preguntarle por su difunta madre.

Rosie se llamaba. Rosie Shelly.

Y en su nombre, ella se llamaba Rosie.

                                                *                                           *                                             *

Rosie abrió los ojos con un gemido. La luz del sol le daba de lleno en la cara. Se tapó el rostro con el brazo. Se había olvidado cerrar la ventana anoche.

Se levantó con un bostezo y se encaminó perezosamente al cuarto de baño que estaba enfrente de su habitación, también en la segunda planta. En esta planta sólo estaba su habitación, el cuarto de baño y la habitación de invitados. Abajo se encontraban una diminuta cocina, una sala de estar aceptable y un cuarto de baño.

Entró al cuarto de baño aún semidormida y se acercó al lavabo para lavarse la cara. Se recogió el pelo en una coleta y se miró al espejo. Tenía unas profundas ojeras bajo sus ojos grises. Su abuela le había contado que tenía los ojos de su madre y que se parecía mucho a ella físicamente. Tenía su mismo pelo negro y un parecido increíble en el rostro. Aunque tenía la altura de su padre. Su madre nunca había sido muy alta. Aunque no se parecía mucho a su madre moralmente. Ella era alegre, sociable, abierta al mundo... Al contrario que ella. Siempre había pensado que el gris de sus ojos reflejaba el color de su vida en general.

Agitó la cabeza resignada con su desastroso aspecto y volvió a su habitación a quitarse el pijama para ponerse unos viejos vaqueros cómodos y una camiseta de manga corta azul.

Salió de la habitación y bajó las escaleras a la cocina, donde ya se encontraba su abuela preparando el desayuno.

 - Buenos días, abuela – saludó Rosie, echándose una taza de café recién hecho.

 - Buenos días – respondió.

Su abuela era una mujer ya mayor, con tantas arrugas en el rostro como malos momentos hubo en su vida. Tenía una mirada triste, sin ningún brillo de felicidad. Rosie nunca la había visto reír. Sonreír, sí, pero reír...

Rosie la apreciaba muchísimo a pesar de que no hablaban mucho ni eran muy cariñosas la una con la otra. Ella había decidido cuidar de ella cuando nadie quiso hacerlo. Ni sus tíos, primos. Ni siquiera su propio padre quiso saber nada de ella. La señora Amma trabajaba en una panadería que había cerca de allí. Rosie también trabajaba en las vacaciones de verano y con eso vivían. No se podían quejar.

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