Capítulo 8

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Habían pasado tres días desde que Rosie había encontrado aquella nota en su habitación. Se sentía estresada por la ansiedad de no saber qué podía pasar en cualquier momento. Pero, por otro lado, sentía curiosidad. Una parte de ella deseaba con todas sus fuerzas saber quién iba detrás de todo eso, y por qué.

Y, por alguna extraña razón,Daniel había desaparecido. No había vuelto a verlo desde aquel día que le dijo que tuviese cuidado.

Mientras tanto, entre una cosa y otra, pasaron los días y Rosie se encontró con que ya era viernes. Todo continuaba normal, y a veces, se decía a sí misma que esa nota no era nada. Pero eran sólo falsas esperanzas.

Cuando salía a comprar o a dar un simple paseo, la sensación de ser observada la perseguía todo el rato. Incluso se sentía vigilada si estaba en su habitación y no corría la cortina.

Por eso, cuando Lucía le dijo de quedar, no aceptó.

  - ¿Qué? ¿Por qué? – le preguntó Lucía, desilusionada.

  - Es que...

Rosie desvió la mirada. No le había hablado a su amiga de la misteriosa nota. ¿Qué le iba a decir? ¿Que temía que la matasen en medio de la calle si salía, y que la tirarían en un callejón oscuro? Mordió su magdalena con lentitud para hacer tiempo.

  - Venga tía, que ya te voy conociendo. No te inventes excusas. Si no quieres quedar conmigo, no lo hagas, pero no me mientas – dijo Lucía, enfadada, cruzándose de brazos.

Ahora sí que la había cagado.Había ofendido a su amiga.

  - No es eso... – empezó a decir, pero al ver que Lucía la taladraba con la mirada, se calló – Vale, iré. Quedamos hoy para salir – decidió Rosie, con una tensa sonrisa.

Lucía sonrió, satisfecha.

  - ¡Bien! Vamos a quedar para salir por primera vez – dijo Lucía, ilusionada.

  - Pero, ¿adónde iremos? – preguntó Rosie, curiosa.

  - Ah, ¿no te lo he dicho?

  - No.

  - Me he enterado que han abierto una nueva disco, y quería que fuéramos esta noche allí. Será genial, te lo aseguro.

Rosie abrió la boca.

  - ¿Qué? No, no pienso ir a una disco – gritó Rosie, enfadada.

Una cosa era quedar para ir por ahí con su amiga, pero otra cosa diferente era ir a una disco.

 - Varios alumnos, al escucharla, se rieron de ella, sin intentar disimularlo.

  - Vaya, nuestra virgen no quiere ir a una disco. Quizás debas enseñarle un par de cosas, pelirroja – dijo una voz detrás de Rosie.

Rosie no respondió, pero pudo sentir cómo la ira crecía en su interior. Esa era la voz de Karen.

  - Ahora que lo pienso, quizás no seas virgen. ¿O sí lo eres? Aparentas ser una chica buena y dulce, pero a mí no me cuelas. Aunque tampoco creo que nadie se haya interesado por ti jamás – continuó Karen, soltando una carcajada –. Quizás por eso no quiera ir a la disco. ¡Tiene miedo de que nadie intente meterse en sus bragas!

Un coro de risas se extendió por todo el comedor.

Rosie apretó los puños y se giró en su silla para mirar a Karen con todo el odio acumulado en su interior. Cómo no, Diana y Miriam estaban con ella, y sonreían con malicia ante las palabras de Karen.

  - Piérdete, Karen. Déjame en paz – dijo Rosie, con voz afilada.

  - Oye, tía, ¿por qué la odias tanto? No sé, pero no creo que te haya hecho nada. Más bien lo contrario – dijo Lucía, metiéndose en la conversación.

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