Capítulo 3

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Quedaba una semana para que acaben las vacaciones, y ya se notaba en el ambiente de la ciudad. Las revistas y escaparates de las tiendas no tenían como portada a hombres y mujeres sexis en bañador y bikini,respectivamente, sino que las ocupaban niños de todas las edades con chándales de marca, mochilas u otros productos necesarios para el nuevo curso. Pero que se acabasen las vacaciones, no indicaba que se acababa el calor.

Rosie caminaba jadeante por el terrible calor de vuelta a casa del trabajo. Hoy había sido un día bastante ajetreado en la tienda Allegro's. Había habido mucha clientela en su último día de trabajo vacacional.

Iba a echar de menos trabajar, las conversaciones con los clientes y las bromas de sus compañeros de trabajo. Pero sobre todo, iba a echar de menos a Clarissa. Desde la conversación que tuvieron en su cumpleaños, se habían unido bastante. Se vieron unas cuantas veces fuera del trabajo, fueron de compras, a la playa y a su casa. Se había resistido a llevarla a casa cuando le pidió que le presentara a su abuela, pero al final se había salido con la suya y la había invitado a cenar.

Su abuela se había alegrado mucho de que trajera a una amiga a casa, por fin. Fue una cena que Rosie jamás olvidará. Se había sentido incómoda al principio, pero la alegría de Clarissa había llevado el control de la noche. Rosie jamás se había reído tanto con algo como las anécdotas de novios que tuvo su amiga

 - Tu amiga se parece tanto a tu madre – le dijo su abuela cuando Clarissa se hubo ido.

Rosie se sorprendió mucho, pero le sonrió a su abuela y se limitó a contestar:

 - Me alegro de que te guste.

No volvieron a sacar el tema. Puede que hubiesen cambiado la forma de ser de las dos y haya más alegría en sus vidas, pero aún no habían conseguido hablar de su madre sin que se sientan desgraciadas.

Clarissa era un cambio importante para su nueva forma de vida y la necesitaba aún a su lado.

Rosie bajó la mirada hacia su muñeca, donde colgaba una hermosa pulsera de piedrecitas en forma de diamantes de color turquesa. En ella estaba inscrita una palabra: LIVE.

Vive.

Se la había regalado Clarissa, en su cumpleaños. Cuando llegó a casa aquel día y tuvo aquella conversación con su abuela, se había olvidado por completo de ella. No volvió a acordarse hasta que la encontró en su bolso cuando buscaba las llaves de casa. Cuando había abierto la diminuta caja y había encontrado la pulsera, se había puesto a llorar como una niña.

Sin darse cuenta, ya había llegado a casa. Escuchaba cierto ajetreo en la casa, por lo que dedujo que su abuela se encontraba ya en casa, y así era.

- Ya estoy en casa – dijo, entrando en la cocina, donde estaba su abuela cocinando unos espaguetis, a juzgar por el aroma.

Su abuela le sonrió. Rosie aún no se había acostumbrado a las continuas sonrisas de su abuela, pero desde luego, le encantaba que su abuela fuese un poco más feliz. Y más cariñosa, admitió para sí.

- Hola, cariño. Ya no queda nada para que los espaguetis estén listos – anunció, removiendo con una cuchara la salsa para que no se quemase –. Lávate las manos y ven a comer, primero. Ya te cambiarás luego – le ordenó, con un deje divertido en la voz.

- Vale, abuela – replicó Rosie con una sonrisa.

Rosie subió con prisa a su habitación, donde dejó el bolso, se lavó la cara y las manos,y bajó de nuevo a la cocina. Ayudó a su abuela a llevar la comida a la sala de estar, que era donde comían. Hasta que no estuvo la mesa puesta, Rosie no se dio cuenta del hambre que tenía. Se puso a atacar los espaguetis en cuanto estuvieron en su plato. Comieron en silencio, pero a diferencia de otras veces, era un silencio agradable.

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