Capítulo 4

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Rosie tanteó con la mano la mesita que tenía a lado de su cama, intentando encontrar a ciegas el móvil. Cuando lo encontró, apagó la ruidosa alarma. Se levantó con pereza y salió de su cama, dirigiéndose al cuarto de baño con los ojos semicerrados.

Ya habían acabado las vacaciones. Era la hora de volver al instituto, al estrés de los exámenes, al palizón de cada mañana para madrugar. En cierto modo, estaba nerviosa. No tenía ninguna amiga del instituto a la que echar de menos y desear ver cuanto antes, pero estaba decidida a intentar cambiar eso y socializar un poco más. Por eso estaba nerviosa.

Se quitó la ropa, la puso en el cesto y se metió a la ducha, confiando en que el agua caliente la despejara un poco.

Unos minutos después ya estaba vestida, con un pitillo negro y una blusa de manga corta blanca. Se calzó las sandalias que le había obligado Clarissa a comprarse cuando fueron de compras y se recogió su melena oscura en una cola alta. Se observó en el espejo un momento. Por una vez, no tenía ojeras, y su rostro parecía más esbelto con la coleta. Rosie no se consideraba una chica guapa, a pesar de que Clarissa le decía que era preciosa y que tenía que sacarle provecho a sus curvas. Porque, según Clarissa, tenía curvas, aunque Rosie no le daba mucha importancia.

Sonrió al espejo. Se sentía... fuerte. Su cuerpo estallaba de energía y esperanza. Dio media vuelta, cogió la mochila y bajó abajo. No había nadie. Su abuela dormía, ya que no tenía que ir a la panadería hasta dentro de una hora. Rosie cogió la cafetera y preparó café para ella y para que cuando su abuela se despertase, lo tuviese ya hecho. Sorbió poco a poco su café caliente mientras repasaba mentalmente si llevaba todos los libros que necesitaba y el horario.

Cuando acabó su café, lavó la taza y salió en dirección al instituto. No vivía muy lejos del instituto Akira Hall, apenas unos unos diez minutos de camino. Antes solía intentar llegar unos minutos tarde al instituto por que se sentía incómoda cuando observaba a todos interactuando con amigos antes de entrar a clase. Si llegaba un poco tarde, no tendría que esperar sola en una esquina a que toque el timbre. Pero esta vez, decidió cambiar también eso, por lo que cuando llegó, el timbre de entrada aún no había tocado y la entrada estaba a rebosar de alumnos semidormidos.

Sin saber qué hacer, se puso en la misma esquina en la que se ponía siempre, a la espera. Sí, tenía que cambiar pero ya era un cambio el aparecer por allí a tiempo. Se quedó observando los diferentes grupos de amigos que se congregaban allí. A lo lejos, estaban tres de sus compañeras del año pasado; Diana, Miriam y Karen. Rosie recordó que había tenido unos cuantos roces desagradables con la cabecilla del grupito, Karen. Rosie sabía que en cualquier campo verde hay hierbajos, pero lo que no sabía cuando empezó el instituto, era que la mala hierba iría a por ella. Karen intentaba hacerle la vida imposible muchas veces, seguida de sus amigas Diana y Miriam, en las que tenía una importante influencia. Cuando Rosie vio por vez primera a Karen, nunca pensó que le dirigiese más de una mirada antes de olvidar su existencia, ya que parecía la típica chica que te mira por encima del hombro, guapa, con una melena rubia y ojazos. El pibón del instituto al que todos temían o admiraban. Pero Rosie no se sorprendió cuando se dio cuenta que era una rosa con más espinas que pétalos, y sobre todo, que se dirigía a por la más débil y solitaria: ella.

Se había acostumbrado a su mordacidad y malicia, sin embargo. No respondía ante ella, y esperaba que se cansase de intentar sacarla de quicio. No le importaba, le era indiferente. Pero, esperaba, que este año haya desistido y que el verano le haya ablandado un poco el cerebro, ya que, al parecer, corazón no tenía.

De repente, el timbre sonó, despertándola de su ensimismamiento. Se apresuró a ir a clase. Este año comenzaba bachillerato y se suponía que ya eran mayores por lo que no tenían que pasar por la charla del director a principios de cada curso, en la que repetía el mismo monólogo todos los años sobre las reglas y la importancia del comportamiento en clase, bla, bla, bla. Subió las escaleras a la tercera planta. El edificio era bastante moderno y bonito. El exterior era verde y blanco, con unas llamativas puertas de entrada. El patio se encontraba en el exterior, que era enorme e igual de bonito que el instituto en sí. El interior estaba muy limpio, con fotos de actividades extraescolares y viajes de estudios enmarcados a lo largo de los pasillos. El suelo, impecable, era de color granito, que resaltaba con el amarillo pastel de las paredes.

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