Un frenazo.
Luz, mucha luz.
No noté la fría acera bajo mi cuerpo, no noté ni sangre ni dolor, no noté nada.
Parpadeé.
Parpadeé una segunda vez.
Lo que momentos antes había sido un callejón sin salida ahora era un aparcamiento algo fuera de lo normal. El suelo y las paredes eran blancas, y el techo parecía una gran cúpula repleta de plantas colgando de todas partes. Habían otros vehículos aparcados en orden por la sala, y las personas que circulaban por ella lucían largas túnicas de colores llamativos. Alan permanecía frente a mí, paralizado por mis brazos, que habían vuelto a ocupar su lugar alrededor de su torso. Posó su mano encima de las mías, unidas a la altura de su ombligo, y miró por encima de su hombro.
-¿Brooke?
Había algo en su mirada que no me gustó. Sus ojos estaban impregnados de aflicción y ternura, como si me viera débil en aquel momento. Claro que estaba asustada, como para no estarlo... pero siempre me había disgustado que me vieran de aquella manera, porque entonces significaba que habían encontrado mi debilidad, y aquello era una arma demasiado poderosa como para que lo supiera cualquiera. Y él sabía en aquel momento que estaba en descontrol. Desenlacé mis brazos y me abracé, intentando parecer mas fuerte de lo que me sentía. Alan bajó de la moto y me sacó el casco. Sabía que mi aspecto en aquel momento no era nada favorecedor: estaría roja, con lagrimones en las mejillas y el maquillaje corrido, pero necesitaba recuperar algo de mi energía para gritarle.
-¡¿Pero tu estás loco?!¡¿Quieres matarme o que?!- Alan dio un brinco ante mi repentina reacción. Miré hacia atrás, donde debería estar el oscuro callejón, pero ahí no había nada, solo pared blanca.- ¡¿Donde estamos?!¡¿Qué ha...que ha pasado?!
Las personas de aquella sala permanecieron quietos, mirándonos curiosos. Dirigí mi mirada entre ellos y me alerté al ver a niños y niñas ocultándose entre los pliegues de la ropa de sus progenitores mirándonos. Todo aquello era muy confuso. Seguía encima de la moto cuando Alan me cogió la cara para desviar mis ojos hacia los suyos.
-Primero tranquilízate. Estás bien, estamos bien.- susurró.- Si te calmas te lo contraré.
Su forma de mirarme, su tono apacible y cada una de aquellas palabras desinflaron mi angustia. Y odiaba que lo hiciera porque significaba que tenía control sobre mí, que yo solo era una marioneta en sus manos.
-Ya me lo podías haber contado antes. Podías haberme avisado de... esto.-
Alan sonrió y me soltó.
-Entonces no me habrías dejado hacerlo.¿Cierto?
Me cogió de la cintura y me ayudó a bajar. Pero trastabillé y él no pudo hacer más que mantenerme de pié. Las piernas me temblaban del susto que me había llevado, y notaba mi cuerpo pesado comparado con lo que era.
-Cierto.- respondí cerca de su rostro.
Alan puso el seguro sin soltarme ni un segundo. Guardó el casco bajo el asiento y de él sacó una tela negra.
-Nos están esperando, ya llegamos tarde.- me enseñó el pañuelo.- Necesito que te lo pongas sobre los ojos. No se nos permite enseñar las instalaciones a alguien que no sea miembro.
Madre mía, no sabía donde me había metido. Parecía mentira todo por lo que estaba pasando.
-¿Miembro? ¿Miembro de qué?
Él sonrió, un modo de decirme: deja de hacerme preguntas y hazme caso. Debía de demostrar mucha confianza en Alan cuando cogí la tela y la tendí para ponérmela. Alan me dio la vuelta y me hizo el nudo, lo suficientemente fuerte como para que no se me cayera, pero dejando un margen para no hacerme daño. Al segundo rodeó mi cadera con su brazo para guiarme. Con los ojos tapados los otros sentidos se me agudizaron; capté un olor parecido al incienso muy relajante, sentí pequeñas ráfagas de viento, algo raro al estar en un sitio cerrado como aquel; percibí diferentes voces de la gente que había por ahí. Me concentré en el contacto que mantenía Alan con mi cuerpo, solo sabiendo que él estaba ahí podría apaciguar mi inquietud: sentía muchos ojos puestos en mí y no me gustaba. Seguimos a paso ágil por, según el eco que empezó a haber, un pasillo, hasta que nos detuvimos de golpe.
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La primera
Fantasy-Busqué plata entre cobre y me llevé el oro.- dijo apartando un mechón cobrizo que cruzaba mi rostro. Lo dejó a un lado y posó sus labios sobre los míos.- Desde entonces eres mía, cielo. Solo mía Una adolescente normal a punto de cumplir los 18 se...