El piso de Alan estaba completamente a oscuras cundo llegamos, pero lo que creaba mi recelo era el gran silencio que reinaba en todas y cada una de las habitaciones. Me condujo hasta la habitación en la que días antes había despertado desorientada y asustada tras el ataque del día anterior. No me venían buenos recuerdos paseándome por aquella casa, pero la curiosidad de fijarme como estaba dispuesta era mayor que el pavor de estar a solas con Alan en aquella casa de largos pasillos y suelo de mármol. El salón tenía un par de sofás oscuros, aparentemente mullidos y nuevos. La televisión ocupaba un pequeño rincón del salón, con un reproductor de CD y unos altavoces algo viejos. Habían pocos cuadros que adornaran aquel pasillo y para los que había parecían las fotografías que acompañaban a los cuadros cuando se compraban. Aquel piso daba una imagen muy distinta a la que debería dar un piso de estudiante, era bastante descuidada, y tenía incluido solo los muebles básicos que se necesitan para vivir. Me recordaba a una habitación de motel, solo de paso. Llegamos a su habitación y él se colocó cerca de la ventana. Miró fuera, la abrió y se sacó un cigarrillo del bolsillo. Mientras lo encendía, me quedé de pié mirándole. Le dió la primera calada y se volvió para lanzar el humo fuera. Ante su silencio, creí que lo mejor que podía hacer era irme a dormir al sofá. Estaba demasiado cansada como para discutir sobre quien debía quedarse con la habitación, al fin y al cabo yo era una invitada. Al girarme y coger el pomo de la puerta, su voz me paró.
-¡Ey!- Señaló la cama cuando me giré.- Dormirás aquí. No pienso dejarte sola.- Puso los ojos en blanco cuando me crucé de brazos y negué con la cabeza.- Si te tranquiliza, dormiré aquí.
Cogió una silla y la puso al lado de la cama. Se sentó y me sonrió de una manera muy impertinente. No veía la necesidad de tanto control. Nadie iría a buscarme ahí... nadie iría a uscarme. Mi hermana había desaparecido del mapa con su novio, yo no era mucho de salir por las tardes con mis amigas, así que Mía no se preocuparía, y mi padre... mi padre ni siquiera se daría cuenta de que casi ni pasaba por casa aquellos días.
-No tengo nada que ponerme para mañana.-dije reitrando la sábana.- Y tenemos instituto.
-Pasaremos por tu casa por la mañana.- respondía mirando por la ventana.- Mejor será que hagas una bolsa con todo lo necesario, no creo que sea buena idea que pases esta semana en tu casa.- dio un par de caladas más a su cigarrillo y lo lanzó por la ventana.
Volvió a mirarme, pero esta vez con un atisbo de cansancio en los ojos. Había estado tan preocupada de todo lo que sucedía a mi alrededor, lo que me sucedía a mi, que no había pensado en Alan, en que le faltarían fuerzas tras haberme salvado, cuidado y controlado durante todo aquel tiempo. Que había estado velando por mí, aunque fuera por obligación, y que no se lo había agradecido. Y aunque siguiera sin ver necesario tantas restricciones, deseaba darle un respiro, tanto a él como a mí.
Así que me acosté en la cama y me puse de espaldas a él.
-No deberías fumar, no es bueno.
Oí a Alan levantarse de la silla y ir hacia la puerta. De repente se apagaron las luces. Aguanté la respiración, creyendo que él se hubiera largado, pero a los segundo escuché el sonido de la silla al moverse.
-Bueno, por lo menos me ahorro los mecheros.
Sonreí contra la almohada. Cuando él quería podía ser simpático,incluso divertido.
Fuego.
Solo veía llamas por todo el edificio que me rodeaba, corrí por todo el pasillo buscando algo, alguien que me ayudara, cuando topé con alguien, un hombre encapuchado, el mismo de cada pesadilla.
-Dónde está?- Decía con la mirada fija a mi padre, sucio por los escombros y cenizas.
-¡No lo sé!-
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La primera
Fantasía-Busqué plata entre cobre y me llevé el oro.- dijo apartando un mechón cobrizo que cruzaba mi rostro. Lo dejó a un lado y posó sus labios sobre los míos.- Desde entonces eres mía, cielo. Solo mía Una adolescente normal a punto de cumplir los 18 se...