Capítulo 12: la sombra del templo

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El gigantesco edificio tendría la altura de una catedral común terrestre, pero tenía las dimensiones de un campo de fútbol. Su enorme entrada estaba rodeada de prismas verticales que esculpían un marco fiero y atrevido del color gris de la piedra, pulidos cuidadosamente para obtener agresivos cambios de luz. Dos estatuas humanoides, indefinidas como sombras pero brillantes como de obsidiana, se inclinaban a ambos lados para invitar a pasar a los peatones por aquel titánico acceso sin puertas.

Contuve el aliento unos instantes.

– ¿Son los Dioses? – inquirí, sin saber por qué, en un susurro. A pesar del tamaño de la entrada, las estatuas eran poco más altas que Zirëen. De hecho, su postura encogida las hacía parecer más pequeñas.

– No – respondió él en el mismo tono –. Es tan sólo Anira.

No quise preguntar. Por lo poco que sabía, Anira, como era la diosa de la acción, se relacionaba mucho con el caos, y no siempre se representaba con una sola figura a pesar de ser un solo ente.

El chico se detuvo cerca de la entrada. Bajé con su ayuda y retrocedí.

– ¿Te vas?

– Sí – me confirmó él –. Me han pedido que acuda junto a Aldor. Por lo que sé, tu amiga y Irhonara vienen hacia aquí, así que no deberías preocuparte. Si tienes cualquier problema, los sacerdotes podrán ayudarte.

Por eso era tan gigantesco el templo, entonces. Los sacerdotes vivían en él. Asentí, pero justo después di un salto para abrazar al joven centauro, que rio.

– Gracias por traerme en tu tiempo libre.

– No es nada, Perla – sonrió él. Me abrazó también para evitar que me cayera y me alzó en volandas un instante antes de volver a dejarme en el suelo –. Para eso estamos los amigos.

Me apoyó una mano en la cabeza, me miró un instante a los ojos y, tras una sonrisa traviesa, se marchó trotando. Yo me volví hacia la imponente figura del templo, que parecía llamarme con un extraño eco. Las estatuas resultaban extrañamente seductoras, su brillo atraía mi curiosidad de una forma que no lograría explicar. Rocé el material cristalino con los dedos: sentí como si una parte de mí se estremeciera ante aquel contacto. No tenían por cara nada más que ligeras irregularidades, aunque aun así yo hubiera jurado que sonreían. Por desgracia, no era un gesto muy tranquilizador el que me transmitían aquellos rostros vacíos.

Son sólo estatuas – traté de recordarme al sufrir un escalofrío.

Pasaron varios minutos hasta que me dispuse a entrar en la espaciosa nave principal. Estaba completamente vacía, y el suelo de mármol reflejaba mi figura y me repetía al oído cada uno de los sonidos que se producían a mi alrededor, en su gran mayoría un pesado y abrumador silencio que me retumbaba en el pecho. Las paredes de piedra clara estaban decoradas con columnas y algún relieve geométrico. Entre éstos se escondía alguna puerta que daba a más estancias de gris y blanco. Cuatro columnas blancas cerca de las paredes mantenían erguida la construcción, en cuyo lado más alejado de la entrada reposaba un enorme trono blanquísimo. Sobre él, la figura de Deraëii desafiaba la mismísima luz con su blancura. Sus detalles infinitos apenas creaban sombras que se perdían entre los pliegues del largo vestido que llevaba y que se desparramaba por el pedestal y por el suelo. La melena perfectamente recortada del dios le caía sobre el broche del pecho y le enmarcaba el rostro inexpresivo. Éste, a su vez, provocaba una sensación contradictoria: en ocasiones me parecía un rostro severo, frío e impasible, otras veces me transmitía la calidez de un padre. Sus orejas largas poseían una curva que hacía su gesto elegante, y me pregunté de dónde había salido aquella representación del dios. Sus rasgos, desde luego, no eran humanos. Tenía la nariz chata y los ojos grandes, sin contar aquellas orejas de punta quilométrica que atravesaban su melena como una corona. Sus dedos fríos eran largos y muy finos a pesar de las formas angulosas de sus manos, y aunque no podría nunca adivinar su tono de piel supe que, si lo viera en persona, nunca me parecería humano.

Anira: Dos LunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora