Capítulo 27: perturbación

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Un escalofrío me retorció la espalda. Retrocedí con un jadeo, incrédula. Los chillidos de dolor y miedo de Darkness pidiendo ayuda la noche anterior me acuchillaron el pecho y me volví en un impulso para ir a buscarla.

Pero ella ya estaba allí.

Se encontraba a apenas unos metros de nosotros, de pie, inmóvil y con la expresión congelada de sorpresa y dolor. Miré al recién llegado, que había reaccionado de forma similar. Temblaba violentamente cuando dio un tímido paso adelante.

– ¿Hermana?

Ella reaccionó al fin. Frunció el ceño, como no lo había hecho jamás delante de mí, al esbozar una mueca de profundo odio.

– Lárgate – siseó.

– Escucha, Dar, yo... – Intentó dar otro paso adelante, cuando la enmascarada lo señaló, encolerizada, para evitar que siguiera avanzando.

– ¡Ni un paso más! No te acerques a mí, ¡vuelve por donde has venido!

– Darkness, este no es el momento ni el lugar para...

– ¡Que te vayas! – chilló, roja de ira, inclinándose un tanto hacia adelante. Me pareció que temblaba tanto como su interlocutor –. ¡Fuera de mi vida!

Percyval parecía muy incómodo. Aldor llegó y, sin decir nada, movilizó al resto de sus acompañantes. Yo di un paso atrás.

– Dame otra oportunidad, por favor – suplicó el muchacho –. Ahora todo es distinto, podemos estar juntos otra vez.

Darkness no respondió inmediatamente. Sus dos miradas chocaron con tal fuerza que tuve que retroceder aún más, como si realmente destilaran energía.

– ¿Te atreves a decirme eso ahora? – siseó.

Cuando Percyval abría la boca para responder, ella se dio media vuelta y se alejó. Percyval hizo el ademán de seguirla, pero se volvió hacia Aldor con gesto dolido al darse cuenta de que debía detenerse. Se acercó al gran lobo y conversó brevemente con él. Al fin y al cabo, no podía dejar su labor atrás. Después, todos se fueron a sus casas. Salvo él, que se quedó pasándose las manos por el pelo con gesto agobiado. Carla y Jake no estaban a la vista, tal vez hubieran tenido que encargarse de los recién llegados. Me acerqué a Percyval con las manos en el cinto.

– ¿Qué le has hecho para que te odie de esta manera?

Él me miró con desconfianza. Sus ojos tenían, en realidad, una fuerza distinta a la de su hermana. Compararé la mirada de Darkness con la de un cuchillo, pero la de Percyval electrificaba el cuerpo y transmitía con ese contacto el propio humor del joven. Y esta vez tan sólo sentí pena y dolor.

– ¿Por qué ibas a querer meterte?

– Querría considerarla mi amiga – respondí con calma –, y nunca la he visto tan enfadada.

Ni siquiera cuando desaté a las hadas colibrí y nos puse todos en peligro, ni cuando asesinó a aquel hombre, ni cuando entré en la habitación que no debía. Le insistí en silencio, me atreví a mantener el contacto visual. Él acabó rindiéndose con un suspiro.

– Soy mayor que ella por dos horas – explicó –. De niños... tuvimos que pasar por cosas que nadie debería vivir. Pero yo fui estúpido y la abandoné en el peor momento. – Se llevó los brazos a la cara, agobiado –. Fui un idiota. Volví a buscarla a Nemeria, en vano. Cuando me encontré con esos guerreros decidí unirme a ellos, a ver si la encontraba. Pero no llegué a plantearme... qué haría cuando lo hiciera. Supongo que asumí que no pasaría nada.

No pude evitar sentir pena por él. Había hecho mal, sí. Pero ahí estaba, dispuesto a enmendar su error. Era obvio cuánto se querían. Si hubiera sido de otra manera, Darkness no habría reaccionado así, Percyval tampoco sufriría tanto como lo veía hacer. Así que le hice un gesto y lo guie a la casa donde la joven Nebula se alojaba. Llamamos a la puerta y me aparté varios pasos. Darkness, al abrir y ver a Percyval, se cruzó de brazos.

Anira: Dos LunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora