Capítulo 28: la gran ola

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La piel me escocía. Mientras la consciencia volvía a mí muy poco a poco, empecé a notar que alguien tiraba de mi brazo. Me entró arena en la boca y tosí, asqueada. Oía agua cerca, gritos...

– ¡Cristin, por las Diosas!

El gemido angustiado de Aaron me hizo reaccionar de golpe. Me levanté de un salto escupiendo arena y sacudiéndomela de la cara. Al mirar alrededor descubrí una playa; la multitud se había alejado de nosotros y observaba con terror el agua a lo lejos.

– ¿Qué ha pasado?

Él no dejó de tirar de mí.

– ¡Tú corre! ¡Corre!

En ese justo instante, a lo lejos, la superficie del mar estalló furiosamente cuando una gigantesca criatura emergió de ella. Cuando aquella enorme cabeza se volvió hacia mí y me encontré con esos ojos púrpuras, se me encogió el corazón y me retorcí con un gemido de miedo.

Aknarion.

Una súbitamente minúscula Rynna se lanzó contra él entre arañazos y gruñidos. Vimos un chispazo. De más cerca emergió otro dragón azul, rugiendo y mostrando los colmillos para ahuyentar a las personas que aún no habían salido corriendo. Tuve un instante de pánico pero, al encontrarme con su mirada, supe que se trataba de Nirvion.

Salid de aquí – me transmitió con urgencia. Sin pensarlo dos veces eché a correr tras Aaron tan rápido como fui capaz hacia las construcciones que se alzaban más allá de la playa. Poco más lejos vi a una figura oscura hacer lo mismo. Se trataba de Jake, seguramente, a juzgar por la impasibilidad y la rectitud de sus gestos entre la agobiante multitud. Carla tenía que estar cerca. Nos metimos entre los edificios, y con terror descubrí que estábamos en la Tierra. No supe cómo sentirme: en casa por fin... pero a punto de ser asesinada por el diablo.

Oí el estruendo del dragón saliendo del agua. Su rugido provocó chillidos y llantos de terror. Yo corría más allá de mis fuerzas, la adrenalina empujaba mi cuerpo a huir a toda velocidad para salvar mi vida, aunque desfalleciera después.

¡Morid! – rugía el dios.

Entonces me detuve en seco y miré atrás: la gente se esforzaba en apartarse del coloso, que aplastaba a todos aquellos que pudiera bajo sus pies. No podía dejar que eso ocurriera. Aaron se dio cuenta de lo que pensaba y tiró más fuerte de mí.

– No voy a permitírtelo. ¡Estás enferma!

– Lo siento, tengo que hacerlo.

Me solté de su agarre antes de que pudiera reaccionar, me transformé y eché a correr en dirección al agua. Yo tenía una ventaja, y es que mi tamaño reducido me haría pasar desapercibido en cuanto recuperara mi forma. Lo hice en cuanto llegué a la arena, tropezando y renqueando. Extendí los brazos.

Venga, venga, venga...

El poder me atravesó como un torrente. Empecé a empujar el agua, a tirar de ella. Tirar, empujar, tirar, empujar... Con un giro violento, el mar rugió con su propia voz y creó una ola gigantesca que se estrelló con gran fuerza contra el dragón. No pensaba herirlo o tirarlo, sin duda, sino llamar su atención.

Lo conseguí.

– ¡Eh, Aknarion!  – le chillé  – ¡Me quieres a mí, déjalos en paz!

Morirán de todas formas – gruñó él. Entonces sentí algo que me confundió más que cualquier cosa que hubiera presenciado hasta entonces: Aknarion sentía dolor. Dolor, desesperación, miedo. Algo no iba bien. Entonces rugió –. ¡En cuanto te arranque el corazón del pecho!

Retrocedí con un gemido de pánico, amedrentada, y me volví hacia las olas. Sentía a Rynna dentro del agua. Un golpe de su enemigo la había dejado inconsciente, aunque se recuperaba con rapidez. Me quedé inmóvil mientras Aknarion se dirigía furiosamente hacia mí. Debía esperar, no podía huir todavía. El dragón se agachó para sentirse más cerca de mí; yo me mantuve impasible mientras mis músculos se agarrotaban uno a uno. Debía tener paciencia.

Anira: Dos LunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora