Capítulo 26: vigilia

57 5 0
                                    


– Si vuelves a decirme una sola cursilada más, moriré entre terribles sufrimientos.

Östen aún no me había soltado. Me mantenía muy cerca de él, que protegía con un brazo mi desnudez ahora frágil. Yo todavía jadeaba, apenas perceptiblemente, y, aunque deseaba dormir por encima de todas las cosas, tampoco quise romper aquel momento mágico entre nosotros. El Buscador se apoyó entonces en un codo, risueño.

– Te quiero.

Yo extendí los brazos a los lados de mi cuerpo, no sin antes aprovechar la oportunidad de darle un manotazo en la mejilla, y empecé a mover la cabeza de un lado al otro fingiendo gemidos de dolor antes de aparentar un muy falso desmayo. Entonces suspiré y abrí los ojos.

– No tengo fuerzas ni para morirme.

Él soltó una carcajada. Apartó el brazo que me rodeaba todavía y se apoyó sobre una mano para acariciarme con la otra el rostro. Parecía genuinamente preocupado, lo que todavía lograba conmoverme.

– ¿En serio estás bien? – inquirió –. Siento que no hayas...

Se llevó la mano a la cara, nervioso y avergonzado, lo que sólo logró hacerme reír. ¿Cómo estaría yo entonces si no lo hubiera tenido a él susurrándome aquella noche?

– No pasa nada. A la próxima ya verás como sí.

Él soltó un bufido y dejó caer la cabeza sobre mi pecho para enterrar en él el rostro. Le acaricié el pelo con ternura, con los ojos cerrados, agradeciendo a las Diosas, al azar, al karma, lo que fuera; que aquel angelito se hubiera enamorado de mí. Él conocía, por Carla, la razón por la que temía a los hombres. La causa de que tuviera miedo de lo que acababa de pasar entre nosotros; sabía que Nemeria no había sido mi primera pesadilla. Por esa razón había sido cuidadoso, tierno, atento. Incluso después de vivir la atrocidad que habíamos tenido que presenciar, aunque también en parte a causa de ello. De todas formas, se lo agradecí de corazón.

Me estremecí. Östen bajó entonces la mirada y chasqueó la lengua para levantarse justo después.

– Vuelves a sangrar.

– Östen, déjalo...

Él hizo oídos sordos y se acercó con un paño húmedo para limpiarme un poco. Lo aparté con delicadeza, sonriente. Sus atenciones a veces sí lograban resultarme, cuanto menos, abrumadoras. Pero sabía que él tan sólo tenía miedo.

– Mejor me voy a bañarme – le susurré. Su carita de cachorro me hizo reír: tenía tan pocas ganas de romper aquel momento como yo –. Luego dormiremos un rato, pero tengo cosas que hacer...

Muy a su pesar, el chico me dejó levantarme. En cuanto di un paso, sin embargo, un aguijonazo de dolor me atravesó la ingle y me hizo dar un traspiés.

– Cris, no puedes salir así.

Abrí la boca para responder, cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe y Östen se lanzó a abrazarme para cubrir mi desnudez con la suya.

Ykférna... ¡Östen!

Empalidecí al reconocer la voz de Lans. Su hijo no alcanzaba a mirarlo, así que simplemente atravesaba con mirada furibunda la pared a su izquierda. El hombre avanzó con grandes zancadas hacia la cama y arrancó las sábanas violentamente. Al ver la sangre que sospechaba encontrar, enrojeció de rabia.

– ¿Has desvirgado a la Perla en un momento como este? – rugió, incrédulo.

– Ha sido decisión mía – intervine desafiándolo con la mirada –. Nuestra. Y si lo que os preocupa es mi estado de salud, en breve estaré perfectamente, gracias.

Anira: Dos LunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora