Capítulo 19: hada colibrí

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Aaron caminaba nerviosamente de un lado al otro de la sala. Llevaba la túnica colgada de la cintura, ya que habían tenido que vendarle un desgarro considerable bajo el pecho y la tela sólo lograba entorpecerlo. Sacó una violenta voluta de neblina (era algo que hacía a través del pelo y de todos los orificios de su cabeza, incluidos los ojos, lo que me parecía en cierto modo espeluznante) y me miró con las retinas aún negras.

– ¿Cómo se te pasó por la cabeza? – rugió sacando vaharadas de humo negro. Se llevó una mano a la cabeza, exasperado; fue la primera vez que lo vi tan furioso –. ¿Cómo se te ocurre tocar a un hada colibrí?

– ¡No sabía lo que era! – gimoteé. Yo, sentada sobre la misma mesa de madera oscura sobre la que me habían hecho las curas, llevaba bastantes más vendajes. Por suerte, sin embargo, eran heridas mucho más pequeñas salvo la que amenazaba con dejarme sin una oreja, y cuya venda me la mantenía a duras penas en su sitio tras habérmela cosido. No recordaba cuándo me habían puesto todos aquellos puntos y curas; en mi memoria tan sólo quedaba el eco lejano de mi propio llanto y la firme insistencia de Darkness repitiéndome que no mirara, que no mirara... A ella le sangraba una sien, creo. Tal vez fuera la ceja.

– ¡Nebula te avisó de que no te acercaras al bosque! ¡Los animales darianos son peligrosos, por las Diosas!

– P-pero no estaba dentro, se había sentado en una rama y...

– ¡Eso es bosque!

Hubo un breve silencio. Él me miraba con el rostro contraído en una mueca de... ¿dolor? Agaché la cabeza.

– Perdóname. No volveré a hacerlo.

Él tan sólo suspiró y se frotó la cara. Un hombre de unos sesenta ciclos (como los nemerios llamaban a los años) entró en la habitación con un cuenco grande de agua. Se lo tendió a Aaron, que bebió con avidez y le agradeció el gesto con una inclinación de cabeza. Luego me la tendió a mí y dejé que el agua fresca me calmara la angustia y el dolor.

– Muchas gracias de nuevo por salvar a mi mujer, buen hombre.

– Nada, nada... – sonrió él –. Usted también la salvó, ¿no? Y ella misma hizo un gran trabajo... Hace tanto que no veía un matrimonio entre una humana y uno de los vuestros...

Él sonrió al ser descubierto y agachó de nuevo la cabeza en señal de respeto. Si el hombre dudó en algún momento de nuestra tapadera como pareja, nunca lo dijo en voz alta. Le devolví el cuenco vacío con una sonrisa, y deseé poder hablar el dariano con la facilidad con la que Aaron me lo hacía entender.

– Las heridas que provocan las hadas suelen ser pequeñas – continuó el hombre examinando el vendaje de Aaron –, pero asumo que le costó dar media vuelta, ¿no? – Él asintió, y el hombre se volvió hacia mí –. Sois afortunada, Guardiana. Pocos hombres arriesgarían sus vidas por sus mujeres como lo ha hecho este muchacho.

Soltó una carcajada y anduvo tranquilamente de vuelta a la cocina, pero se detuvo un instante.

– No podéis salir así a la calle, así que tenéis una cama arriba... pero mejor esperad un poco a que se curen las heridas para daros las gracias.

No pude evitar sonrojarme, pero Aaron tan sólo se echó a reír. Tenía una risa hermosa. Tal vez fuera falsa, pero quise pensar que no era así. Sin embargo, en cuanto el sonido de los pasos del hombre dejó de oírse el lobo volvió a ponerse serio. Poco a poco, mi vergüenza remitió y fue convirtiéndose en una aplastante y desgarradora culpa. Me abracé las piernas, enterré el rostro sobre ellas y gimoteé.

– Lo siento... No paro de fastidiarlo todo. Tú y tus camaradas estáis arriesgando vuestras vidas por mí, algunos de los tuyos murieron injustamente al acercarse a Nenkhei... Y a mí casi me matan unas hadas.

Anira: Dos LunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora