Capítulo Uno: Primer día

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Me llamo Mini Van Dort, tengo 17 años y hasta hace un mes tenía dos padres que en el margen de lo posible no lo hacían tan mal.

Mi vida hasta hoy ha sido lo equivalente a un somnífero. Nadie se daba cuenta nunca de que estaba allí, los profesores me trataban como un mueble mas, como un huésped, un fantasma. Como si no tuviera sentimientos ni emociones, qué ingenuos. Nunca he necesitado amigos ni excesiva atención.

¿El cambio de Florida a California? El clima es parecido, supongo. No me desagrada mucho el cambio, podría empezar una nueva vida después de todo, donde no fuera aquella que está en cuerpo, pero no en alma.

El problema son mis años. No cumplo la mayoría de edad así que debo tener un tutor legal, y lamentablemente los únicos familiares que me quedan en vida son mis tías Elise y Agatha, nuestra relación nunca ha sido la mejor, pero podré aguantar un año o eso espero.

Podría empezar a relatar mi historia de manera subliminal y sin especificar.

Aunque no creo que sea muy divertido.

Para ti, me refiero. ¿Tú qué crees?

-Bienvenidos a Los Ángeles -anunció la azafata de vuelo.

Desabroché mi cinturón y eché una última mirada por la ventana antes de levantarme y coger mi equipaje de mano del compartimento. Poco tiempo después salí del avión por un pasillo repleto de ventanas que llegaba a una puerta automática de cristal. Atravesé innumerables pasillos, todos iguales formando un bucle. Al fin esos pasillos monótonos se convirtieron en una extensa sala repleta de personas y filas que zigzagueaban en las que esperé hasta que llegara mi turno.

Un hombre de tez morena comprobó mi tarjeta de identificación y tras pasar los siguientes controles recogí mi maleta roja con todas mis cosas, las únicas que quedaban de mi vida pasada.

Una vez en la sala de llegadas reconocí vagamente a una mujer de pelo corto rojo y gafas como mi tía Elise. Me recibió con una sonrisa y los brazos extendidos, la saludé antes de abrazarla.

-Me alegro mucho de verte, Mini.

-Yo también me alegro de verte, tía Elise.

-Pero mírate -dijo observándome con melancolía-. La última vez que te vi tenías tres años y ahora... Oh Dios mío, ya eres toda una mujer. Eres igual que tu madre. Lo siento mucho...

-No importa.

Yo no sabía lo que decir así que me limité a embozar una sonrisa.

Salimos poco después del aeropuerto, una vez en el aparcamiento coloqué mi maleta en la parte trasera del vehículo y partimos hacia lo que sería mi nueva casa.

-Es muy grande, ¿sabes? -hablaba mi tía al volante-. Casi parece una mansión si es que no lo es. ¡Pero no te creas que fue cara! Fue una ganga, muy por debajo de lo que debería ser su precio.

-¿Por qué?

-¿Crees en los fantasmas? -negué-. Bueno, todos sus anteriores propietarios han muerto allí y...

-¿Y por eso bajan el precio? Qué absurdo. No me creo que haya gente que se crea esas cosas.

-Claro... -murmuró frunciendo los labios.

Y es que tía Elise tenía toda la razón, la casa era enorme incluso desde la distancia. La fachada me sorprendió de lo bonita que era al igual que el amplio jardín delantero detrás de las verjas de entrada a un camino que conducía a la puerta decorada con una cristalera.

-Aunque estuviera encantada -decía con la cara pegada al cristal mientras tía Elise aparcaba el coche- no creo que os encontréis con ningún fantasma. Es enorme.

American Horror Story #1: WhispersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora