Capítulo Tres: Juegos del subconsciente

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Me mostraba somnolienta, abrí la llave del agua de la bañera. Estaba desnuda y sólo veía mis pies, el resto del baño excepto la bañera eran como un espejismo.

Antes de que me diera cuenta ya estaba dentro, el agua caía de arriba mojándome entera.

Bajé la mirada, me pregunté por qué se estaba llenando la bañera pues no recordaba haber puesto el tapón ¿lo había puesto? Pero enseguida otra cosa fue la que me alarmó, aquello no era agua, obviamente el agua no es de una sustancia oscura.

Llevé mis manos hacia ella, intentando buscar aquello que estancaba el agua, pero mis dedos tocaban aquella sustancia espesa. Me agaché, sentía agobio y ansiedad.

Entonces algo me agarró del tobillo, algo no, una mano. Un grito desgarrador salió de mi garganta.

Lo siguiente que recuerdo fue que aquel chillido siguió aún estando despierta mientras me sacudía.

Mi grito no cesaba, ni siquiera cuando fui envuelta en los brazos de tía Elise, ni cuando las lágrimas salían de mis ojos. La verdad, no sé cuando paré.

Grité hasta que mi alma se fue y el miedo entró por su ausencia.

A la mañana siguiente estaba cagada de miedo.

Era sábado, los dedos de mis manos temblaban con inquietud. Cada paso que daba me sentía observada. Llamaba a tía Elise y tía Agatha, pero no estaban en casa. Bajé a la cocina, volteándome cada diez pasos, claro que nunca encontraba a nadie.

Con la mirada puesta en la nada removía la cucharilla de café en la taza y enseguida me pregunté por qué estaba desayunando si no tenía ningunas ganas.

La puerta de la cocina, o la puerta trasera de la casa se abrió, pensé que sería tía Elise o tía Agatha pero no, la cabeza de la señora Langdon se asomó con su habitual recogido en su pelo rubio.

-¡Oh, ya estás despierta! -me sonrió, cerró la puerta y vino hacia mí-. Esta noche me extrañé mucho al escuchar un grito, no sabía de quién venía. Pero esta mañana tu tía resolvió mis dudas -hizo una pausa, sentándose frente a mí-. Buenos pulmones, ¿eh? ¿Fue una pesadilla, una alucinación...?

-Una pesadilla... -la mirada de la señora Langdon me indicaba que debía seguir hablando-, en la que me estaba duchando y alguien me agarraba del pie y... el agua era sangre o algo así.

-Bueno, todos hemos tenido pesadillas.

-Supongo pero... -suspiré.

-No te negaré que esta casa me pone los pelos de punta, Mini. Pero los sueños son mensajes de tu subconsciente. Te recomiendo que intentes enfrentar tu miedo, y verás como no te pasará nada, ¿está bien?

Asentí y me sonrió amablemente.

-Por cierto, sobre su hijo...

-¿Michael?

-No, eh... -intenté recordar el nombre del chico, estaba segura de que me dijo su nombre-. Creo que se llamaba Tod, no soy buena con los nombres, el caso es que al llegar del instituto la semana pasada lo encontré sentado en mi cama.

-¿Tate? -se mostró un tanto alarmada pero intentó disimularlo-. ¿Y qué quería?

-Conocerme. Pero estoy segura de que no me había visto antes...

-Lo siento, Mini -exclamó con rapidez y fue hacia la puerta-. Me ha encantado hablar contigo, pero tengo que irme. Espero volver a repetir esto otro día, e intenta enfrentar tus miedos. No tienes nada que temer.

Y eso hice. Eran las siete de la tarde y llevaba todo el día sola en casa estudiando y escuchando música, fui hacia el cuarto de baño y comencé a llenar la bañera. Una vez que estuvo llena me desnudé y entré.

Todo era muy relajante. El vapor del agua ya había empañado el espejo y la espuma cubría todo mi alrededor. Introduje mi cabeza dentro del agua, escuchando la nada mas absoluta. Pero el sonido de los latidos de mi corazón fueron cambiados por unos llantos a lo lejos haciendo que sacara con rapidez la cabeza del agua. No era una alucinación, eran reales y venían del piso de abajo.

Vacilé mirando a la pared, escuchando con paciencia. ¿Debía salir y ver qué era o aceptar que era una paranoia formada por mi subconsciente?

Sea como fuere no perdía nada comprobando que era cosa de mi mente.

Salí de la bañera y me envolví una toalla en mi torso antes de abrir la puerta para irme al pasillo donde el frío heló mis piernas y brazos. Los llantos parecían venir de un niño pequeño, no me gustaban los bebés ni variantes y menos si lloran en mi casa cuando estoy sola.

Bajaba las escaleras lo más pegada a la pared que podía mientras me sujetaba la toalla con la mano.

-¿Hola? -aunque hubiera alguien no te iba a contestar, Mini-. ¿Tía Agatha...? ¿Tía Elise...?

Recorrí el primer piso de un lado a otro, intentando averiguar donde había mas intensidad de sonido. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al encontrarme frente a la maldita puerta del sótano donde era obvio que provenían de allí.

¿Debía abrir la puerta? No sabía que hacer, estaba cagada de miedo.

Respiré profundo. Era mi cerebro, sí, me estaba jugando una mala pasada. Llevé mi mano libre al pomo de la puerta pero antes de que pudiera tocarlo siquiera, por segunda vez, me apartaron de allí.

-¡No! -exclamó ese alguien-. ¡No entres ahí!

Mi vista se aclaró, los sollozos habían desaparecido. Tenía frente a mí al chico rubio de hace una semana, el hijo de la señora Langdon.

-¿Has escuchado eso? -en esos momentos que hubiera allanado mi casa era un mal menor-. Dime que lo escuchas. No estoy loca, ¿verdad?

-Mini, tranquilízate.

-Yo... lo he oído. Alguien estaba llorando. Lo juro.

-Algún día te explicaré todo lo que pasa aquí. Adiós, Mini.

Y me desperté en la tina.

American Horror Story #1: WhispersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora