Capítulo 9

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Aún con las mejillas empapadas al igual que los puños de las mangas de la sudadera que llevaba puesta, bajé junto a los dos hombres por las escaleritas que daban a la calle desde mi casa. No pude negarme ya que en realidad, eran ellos quienes llevaban la razón. Yo solo era una niña menor de edad, sin padres a cargo.
Dejé que el hombre, cuyo nombre era Tom; metiese mis abarrotadas maletas en la parte de atrás del coche y me monté en silencio, imaginándome el lugar al aquellos dos individuos me llevarían.

En el viaje, quedé totalmente dormida, con la cabeza contra la ventanilla y los pies a un lado de asiento. llevaba puestos los auriculares por lo que no podía escuchar nada que no fuese la música que estos me propinaban.

Cuando desperté, sólo tuve una amplia pared blanca como el papel en mi campo de visión. La duda me invadió por lo que no tarde ni diez segundos en reaccionar y levantarme de lo que debía ser una cama, muy dura, eso seguro.

-¿Hola?- pregunté no muy segura al salir de la habitación.

Nadie respondió. Caminé lenta y sigilosa por el oscuro pasillo, el cual estaba un tanto tenebroso. A ambos lados de este, unas filas interminables de taquillas rojas metalizadas ocupaban la mayor parte de las paredes, y cada cierto número de guardalibros, había una puerta que seguramente daba a su repectiva aula.
Un espantoso timbre me hizo retroceder de un salto, pero lo peor fue cuando centenares de adolescentes invadieron el pasillo. Había gente por doquier, desde chicas un poco frescas hablando entre ellas sobre cualquier estupidez de niña ricachona, hasta estudiantes de un físico de lo más normal, recorriendo en silencio el largo y ahora abarrotado pasillo, seguramente pensando en sus siguientes clases o en lo que harían tras las clases. Lo más extraño fue cuando, poco a poco, los chicos que pasaban a mi lado se me quedaban mirando, para nada discretamente. Algunos se limitaban a mirarme desde su casillero en silencio, intentando abrir el seguro sin apartar la vista de mi, mientras que otros, se acercaban peligrosamente y me rozaban ligeramente el hombro, aún mirandome. En cambio, las chicas hacían caso omiso de su alrededor. Todas parecían estar absortas en una dimensión paralela, en la que solo importaba su peinado y la perfección de sus cutículas.
-Señorita... Dalas.
Me dí la vuelta para ver quien me había llamado, cuando el que sería mi nuevo director me saludo de forma educada.

El resto de la hora la pasé en su despacho, hablando sobre mis horarios y las asignaturas optativas. También comentó mi desagradable causa por la que tenía que ir a ese instituto,-el cual era para los estudiantes que, o no podían permitirse una educación normal por temas económicos, o era huérfano y vivía en el Horfanato Heins- por último, me dio las llaves de l que sería mi futura habitación y un informe sobre mi, básicamente.

Mi primera clase era Geografia, la clase que más he llegado a odiar en mi vida, por lo que me fue fácil desconectar y sumergirme en mis tan alborotados recuerdos.
En uno de mis momentos de tranquilidaz, unos ojos brillantes y de un color muy familiar se me dibujaron en la mente. Jake. Mierda, pensé.
No pude avisarle, él no sabía nada y si fue a verme, lo más probable era que pensase que me había ocurrido algo. Tenía que llamarle lo amtes posible.
-Perdón, ¿ podría ir al servicio? Es una urgencia, no tardaré.
La negativa del arrugado profesor solo hizo que me pusiese más nerviosa, lo que en ese momento no ayudaba nada.
No pude evitar sorprenderme cuando, al mirar a mi derecha, vi que una chica me estaba observando. Aparentaba unos diez años de edad, un tanto extraño ya que esas clases eran para cuarto. Llevaba el pelo al estilo de Cleopatra y sus ojos eran de un marrón intenso, casi negro. Tenía puesta una camiseta blanca de manga larga, y unos vaqueros oscuros.
Le sonreí sin ganas y me giré para mirar de nuevo a la pizarra. No tardé en pensar de nuevo en Jake.

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