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Milo despertó al sentir como que se asfixiaba

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Milo despertó al sentir como que se asfixiaba. Al abrir los ojos notó, sin embargo, que sólo se trataba del brazo de Luneth que descansaba inerte sobre su pecho. Lo retiró con cuidado para no despertarlo.

Si por él fuera habría seguido dormido, pero tenía que estudiar, el malestar de la juerga de anoche tenía que esperar. A veces olvidaba que tenía que convencer a sus padres de que Medicina no era lo suyo y que prefería las Ciencias Sociales y para esto tenía que sacar una muy buena nota de admisión. Tenía que esconder sus debilidades. Obtener una buena calificación era vital para conseguir una buena impresión y así esconder un poco sus otros errores. Si aún en sus errores se congraciaba con sus padres, quizá eso otro que lo agobiaba sería más llevadero.

Peinó su cabello de manera ausente y dejó que su mano descansara ahí al notar que en el fondo parecía estar originándose un molesto dolor de cabeza. Cerró los ojos, suspiró y se dijo a sí mismo que más valía que comiera algo antes de que las cosas se pusiera peor, porque se sentía bastante bien a pesar de haber bebido hasta los límites de la inconsciencia.

Cuando por fin se dignó en levantarse, notó que no llevaba nada de ropa; y cuando se sentó de lleno sobre el colchón que hacía las veces de cama, sintió un ligero malestar. Un mal presentimiento se extendió por toda su espina dorsal. Suspiró una vez más y con paciencia, se volteó para ver a su compañero de cama, el joven que por alguna razón totalmente desconocida incluso para él, había levantado de la calle. Lo que vio lo incomodó aún más: Luneth también estaba desnudo.

No te adelantes, se dijo a sí mismo. Y después de suspirar una vez más (ahora con más desesperación), buscó en los alrededores... y lo encontró. Ahí estaba, tirado en un rincón.

—¡Demonios! —maldijo en voz alta aunque no lo suficiente para despertar a Luneth. De pronto, los recuerdos cayeron sobre él demasiado pesados.

Recordaba haber bebido y bebido e incitado a Luneth a que bebiera tanto o incluso más que él. Entonces, como si su subconsciente lo pidiera a gritos, trajo a colación ese asunto que lo había dejado tan interesado.

—¿Así que jamás lo habías hecho con una mujer? —inquirió con clara coquetería.

Luneth sintió un súbito abatimiento por la reciente y poco recatada pregunta, y avergonzado contestó con un leve movimiento de cabeza, sin saber que ésta aparentemente honesta acción desencadenaría en Milo una inusitada pretensión.

Fue así como prácticamente de la nada, Milo se prendió del cuello de Luneth y lo abrazó y lo besó hasta que los dueños del lugar los expulsaron.

—¡Esto no es un bar gay! —les gritó uno de los gorilas que guardaban el lugar.

Los chicos estallaron en carcajadas, producto de los altos niveles de alcohol en su sangre por supuesto, y por decisión unánime, decidieron regresar al apartamento de Milo.

—Pues, ¿sabes? —balbuceó Milo mientras ambos se quitaban los abrigos y trataban de encontrar un lugar cómodo en donde seguir disfrutando la borrachera—. Yo jamás he estado con un chico.

Y sin esperar la respuesta de Luneth, Milo se prendió de su cuello y comenzó a besarlo como si no hubiera mañana. Sus bocas parecían haber sido creadas con el único propósito de que encajaran perfectamente entre sí. Los labios se rozaban, sus lenguas se acariciaban, y todo parecía tan natural y absurdo como la insistente razón por la que ahora se estaba tocando.

Se separaron un momento y se vieron fijamente.

Luneth tenía los ojos del color de la miel, una tez pálida y áspera, y su rostro constantemente se encontraba abatido por la vergüenza. Siempre le había afectado la manera en que las personas lo miraban, aunque entendía que era normal que lo hicieran; era un joven vagabundo, un mendigo, un inadaptado social. Pero para su sorpresa, desde el primer momento, Milo lo había visto como si se tratara de su igual, aunque claramente éste no era el caso.

Esa mirada había aparecido otra vez y Luneth no pudo evitar (aunque probablemente fue efecto del alcohol) que dentro de él se originara una clase de sentimientos que jamás se había atrevido siquiera a imaginar que podía llegar a experimentar. Pero usó el alcohol como excusa (al suponer que Milo haría lo mismo) y se entregó por primera vez sumergido en la ilusión de que esa persona lo quería. Y al sentir el cuerpo desnudo del otro rozando el suyo, la cuestión sobrepasó el punto de no retorno.

El colchón les resultó pequeño, pero se las ingeniaron para que ambos cupieran en él sin problemas, aunque estando uno sobre el otro, el tamaño poco importaba.

Dejando toda la inhibición atrás, Luneth se aventuró a tomar las riendas del juego. Masturbó a Milo y lo recibió dentro de su boca en una felación que competía hombro con hombro con la mejor que hasta el momento había recibido. Pero Luneth tenía una manera tan especial de mover la lengua que enseguida le hacía salirse de sus cabales; era como si su boca y su lengua estuviesen pensadas por los dioses para llevar a cabo esta tarea a la perfección.

Milo gemía, Luneth gemía, aunque con más dificultad, y mientras ambos seguían entregándose y mostrándose el uno al otro sin inhibiciones, Milo extendió su mano para sacar de su pantalón un par de condones, los cuales terminaron en manos de Luneth.

—Recuerda que es mi primera vez por ahí —bromeó. Seguía gimiendo y sus acciones rozaban el borde de la histeria, lo que hacía que se viera entre temeroso y deseoso—. No me maltrates mucho —agregó con el mismo tono burlón sólo que esta vez, con ayuda de sus manos, se abrió para Luneth, para dejar claras sus intenciones.

Casi enseguida, Luneth llevó a cabo lo que Milo le pedía, y con toda la delicadeza que fue capaz de evocar, lo penetró lentamente, hasta que la carne pareció dejar de mostrar tanta resistencia.

—¿Estás dentro? —preguntó Milo. Su expresión ahora era menos divertida pero seguía conservando una molesta y autoritaria sonrisa.

—Sí —gimió como respuesta.

—¿Todo? —Luneth negó en silencio—. ¿Qué esperas?

Las embestidas fueron algo rudas desde el principio, y fue así no porque Luneth lo quisiera sino porque Milo lo demandaba. Aunque después de unos segundos Luneth dejó de preocuparse por el dolor que podría causarle al otro y se centró en su propio placer.

Su carne acariciaba la carne de Milo con una pasión que no conocía miramientos. El movimiento rítmico de sus cuerpos asemejaba una danza violenta, casi era como un enfrentamiento en donde las dos parten peleaban para mantenerse con vida. Aunque vida era precisamente lo que más tenían. Las sensaciones que transitaban el cuerpo de ambos mientras sus cuerpos se entregaban y se dejaban llevar por esos instintos tan bien conocidos, servía, de alguna manera, para corroborar la juventud de la que ambos gozaban, y en este sentido, eran indiscutiblemente iguales. Bien podían tener vidas por completo diferentes, pero al final, cuando se reduce todo a la mera esencia del ser, todos, sin importar qué, son uno mismo con el universo, y por tanto, son uno con ellos mismos y con los demás.

Luneth se agitó en sueños. Milo se asustó un poco porque aún no tenía ni la menor idea de cómo debía encararlo. Aunque ahora que lo pensaba mejor, no entendía por qué tenía que preocuparse tanto. Luneth no era, después de todo, más que un desconocido que él había levantado de la calle, que había alimentado y al que —momentáneamente—le había proporcionado un lugar seguro donde dormir y mantenerse caliente. ¿Por qué tendría que sentirse culpable por habérselo llevado a la cama?

Ciertamente no tenía por qué sentir culpa, pero el que creyera esto no lo hacía más fácil, y mucho menos ayudaba a que ese molesto sentimiento se disipara con más facilidad.

Milo agachó la cabeza, cerró los ojos y por un momento deseó que al abrirlos Luneth ya no se encontrara ahí. Otro pensamiento un tanto ridículo, si ya no quería ahí, nada le costaba correrlo, ¿o no? ¿Entonces qué lo detenía?

Frío DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora